Al Barça se le puede perdonar que falle, pero no que renuncie a su identidad. El oasis que se vivió ayer durante el segundo tiempo en el centro del campo es la antítesis total de lo que fue el Barça de Guardiola. No es cuestión de debates de bares (el mayor bar jamás conocido es Twitter), de si Luis Enrique alineó a Piqué o puso a Mathieu en el lateral. Hay que dejar de ir a lo cómodo, a lo fácil, e intentar ver más allá de lo que se vio ayer y de lo que ya se había vislumbrado en París.
Actualmente existen dos tipos de Barça. El que encierra y hace sufrir en su área al rival y el que se parte en dos. Y todo ello con diferentes actitudes en el campo según sean los actores que lo ocupan ese día. Es decir, no existe un plan determinado al que ceñirse y Luis Enrique parece navegar entre dos tierras; la del juego de posición y la del juego largo y directo.
Contra el Real Madrid, la presión se intentó realizar por ocupación y no por concatenación. Un solo pase vertical de los blancos rompía la primera línea de presión, de los 3 delanteros y los 2 interiores azulgranas. Lo que llevo poco a poco a replegarse a Iniesta y Xavi, y por ende, despegar aún más al equipo. Especialmente preocupante es el caso del albaceteño, que está acusando muy mucho el nuevo guión y no termina de encontrarse a gusto con su papel.
El fútbol son momentos. Sí. El recital blanco viene precedido por las dudas que surgen en el equipo catalán tras el gol encajado a balón parado tras salir del vestuario. Sí. Quizás el partido hubiese sido otro si Messi hubiera cazado la perfecta asistencia de Luis Suárez para adelantarse por 0-2. También. Pero la intensidad de los blancos fue un argumento determinante difícil de rebatir. Ver el sacrificio de Isco, mejor jugador del partido a mis ojos, para sentenciar el encuentro y entregar el tercero en bandeja a Benzema fue la mejor definición gráfica de la diferencia de actitudes.
Otro aspecto que marcó el destino del partido fueron los distintos momentos que atraviesan los dos equipos. El Madrid es un equipo más maduro, más hecho, mientras que en el Barça todavía hay mecanismos que no encajan y se le ve un equipo verde en las grandes citas.
Como escribe Ramón Besa, la transición no puede ser eterna. Luis Enrique tiene que decidirse. Ya van tres años para establecer una hoja de ruta a seguir que no se puede demorar más. Mientras la directiva distrae a la gente con títeres tan buenos como Neymar y Suárez, lo importante se desmerece. Este Barça, de momento, puede ganar títulos, pero está muy lejos de volver a establecer un ciclo dominador.
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