Volver a empezar es una película, una canción. Lo son las letras, la realidad. Lo dijo Gabriel García Márquez: “La literatura no es más que carpintería. Con ambas trabajas con la realidad, un material tan duro como la madera”. Estamos completos de nuevos inicios, de comienzos que se equiparan con una nueva versión, de regresos. Volver a encontrarse de nuevo, volver a enamorarse, volver a un lugar. Una rueda que gira hasta concluir su recorrido para arrancar de nuevo.
El fútbol tampoco escapa de ello. Se nutre de historias que empiezan y acaban. De retornos que se expresan en sudor y lágrimas. Descender a Segunda es caer en esa maldita casilla que te envía de nuevo a la salida del tablero o quedarse tieso en el Monopoly. Se abre la caja de Pandora. Si se logra jugar el Play Off es para meterse en el agua y nadar a toda velocidad; porque en algún momento las olas engullirán la arena. Los juegos del hambre, cara o cruz.
Mientras algunos bebían mojitos en playas paradisíacas, otros no habían llegado a la orilla. Seguían ensuciándose las botas de barro, con el césped pegado en la cara y tatuándose los tacos en la piel. Obreros que conocen el trabajo bajo el sol y cogen las vacaciones más tarde, aunque ya huela a sal. En un lado clicaban F5 para alimentarse del humo de los posibles fichajes y al otro algunas aficiones tenían el corazón a toda pastilla.
Subir a Primera es el éxtasis del lenguaje que practican los que han sufrido el camino. Es un tifo en Mendizorrotza, mantener la fe, un territorio albiazul, la plaza de la Virgen Blanca colmada de babazorros, una bandera en el balcón, un comercio local presumiendo de colores en el escaparate, invitar a una ronda, llamar al abuelo, besar en los labios, abrir el grifo de la emoción. Si te has caído, levanta. Volver es una sensación de la hostia, indescriptible. Volver a Primera, probablemente, supere la ficción y los trofeos. Simplemente, es algo glorioso.
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