Nadie ha sido capaz, al menos
todavía, de ganarle al Real Madrid de Zinedine Zidane los dos
partidos de una misma Liga y solamente dos equipos han logrado semejante
hito en la última década ante el conjunto blanco: el FC Barcelona en
tres ocasiones y el Atlético de Madrid en una. El Betis, tan
lejos de la más pura élite que culés y colchoneros representan y aún alejado
del resto de clubes que pueden encarar cada curso los duelos ante el vigente
campeón de Europa con la fundamentada creencia de robarle puntos, estuvo más
cerca que nunca de conseguirlo. Y seguramente lo mereció más que en el
celebérrimo día del Bernabéu, el partido símbolo, junto al derbi, del primer
año del proyecto Setién en Sevilla.
El Betis de Quique Setién
muestra sus ambiciones a través de su personalidad, y no al revés. Es a
través de ella, de la búsqueda constante de sí mismo, de la voluntad de querer
ser alguien que merezca la pena ser recordado, la vía por la cual ha decidido
transitar desde su origen. Juega para ganar, como el primero y el último de la
tabla, pero también juega para optar a ser mañana, para ser pasado mañana
aquello en lo que quiere convertirse. La primera parte de los verdiblancos
ante el Madrid fue una demostración clara de lo que pretender ser y a veces
logra. La segunda, de lo que todavía es.
El Betis salió en modo magnicida,
decidido a plantarse en la mitad rival a través del juego corto interior de Fabián,
Boudebouz y Joaquín, aprovechando su superioridad en la parcela
ancha y dando espacios a los carriles, especialmente el izquierdo -donde
residieron la mayor parte de las opciones de victoria ante un sólido Carvajal-,
para profundizar en busca de asomarse al área con opciones de remate, tanto
dentro como fuera. Pero ni el Madrid ni Zidane son los del mes de septiembre.
Ni siquiera los de hace cuatro semanas. La dentellada al PSG ha afilado
de nuevo el colmillo competitivo a un Real Madrid, enfocado como nunca y como
siempre, a hacer pesar su pegada. Palabras mayores cuando los estiletes se
llaman Cristiano Ronaldo, Bale o Marco Asensio.
Tras el descanso, los blancos
comenzaron a defender hacia arriba, a apretar al Betis en cada recepción de
pase, a evitar que los zagueros béticos viviesen tranquilos haciendo gala de su
buen pie, por lo que el balón dejó de tener poso en la zona de mediapuntas
verdiblancos. El Betis, que pretendía seguir haciendo lo que tan bien le había
salido en la primera parte, se partió y comenzó a recibir el vendaval que
generan en carrera los mejores trenes del continente. El Madrid le comió así la
iniciativa, convirtió el encuentro en un duelo de transiciones y sacó bola para
demostrar su total superioridad en esas lides, la que parecía haber perdido, la
que nunca perderá del todo. Y el Betis volvió a evidenciar lo que sufre
cuando le toca defenderse sin balón, cuando le arrebatan el foco posicional
de su fútbol y tiene que apretar el costado para recibir el golpe.
El camino desde
aquí hasta donde uno quiere llegar pasa por comenzar a andar hacia esa dirección.
Por mantenerse en la senda. Aspirar a que los partidos ante los grandes
no sean una derrota asegurada en el repaso inicial del calendario, aspirar a
que el Betis te lleve a la grada o al sofá en sus encuentros ante la nobleza de
La Liga con una esperanza de sacarles puntos que vaya más allá de la ilusión
por ganar con la que un hincha siempre se dispone a ver a su equipo, aspirar a
tomar su rebufo a medio plazo es la ambición que la personalidad futbolística
del Betis desprende. Para conseguirlo, sumar de tres en tres ante equipos como
el Levante, el próximo rival, debe ser una de las etapas ineludibles
para que la parte de las ambiciones que el Betis ya ha consolidado a través de
su personalidad se haga cada vez más grande.
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