10 de febrero de 2012. Es viernes en Gettysburg, y como todos los viernes noche, cada pequeño pueblo de Estados Unidos vive por y para el deporte universitario. Fútbol americano en mayor medida, donde cerca de 20.000 personas se citan en las gradas para ver a sus chicos correr y placar. Pero también son luces de viernes noche para el baloncesto, el béisbol, el hockey, el soccer, el rugby y hasta el lacrosse. En el pabellón del instituto se juega el último partido de la Liga Regular de baloncesto, quedan apenas 16 segundos y el duelo está resuelto para los locales (82-67). El entrenador de los Gettysburg Bullets saca al parqué a su tercer base, un jugador de último año que no ha jugado un solo minuto hasta la fecha y el público que se concentra en las gradas rompe en emoción. Falla el primero, anota el segundo. Es su primer punto en la universidad. Será el último punto de su carrera.
La historia no tendría más miga si aquel base que sonríe de manera incontenible desde la línea de tiros libres no se llamara Cory Weissman, un jugador que tres años antes había sufrido un derrame cerebral que le había paralizado toda la parte izquierda de su cuerpo. Un 1 destacado en el High School, llamado a romper los moldes en la liga universitaria y quién sabe si con un futuro brillante en la NBA.
Y es que Cory Weismann lo tuvo una vez todo para triunfar. Estrella adolescente de instituto, anotó 1.071 puntos como base titular estrella en el Jackson Memorial High School. Pero ninguno de esos más de mil puntos en el instituto tiene más valor que ese que acaba de anotar en el Bream Gymnasium. Los registros de Cory antes de llegar a la mayoría de edad le permitieron elegir entre decenas de universidades que soñaban con que aceptara su solicitud.
En su primer año universitario, Weissman, siempre acompañado del dorsal número 3, sabía que iba a tener prácticamente imposible no solo conseguir la titularidad, sino jugar. Una quimera que tienen casi imposible los freshman (jugadores de primer año) y la mayoría de Sophomore (de segundo año). Pero tras el primer curso, Weissman se había propuesto ser uno de esos pocos elegidos en romper las reglas no escritas de los galones. El entrenador ya la miraba con otros ojos y se veía a la legua que le estaban formando para ser el base titular los próximos tres años y pieza clave en el intento de ganar el trofeo final.
Fue tras uno de los últimos entrenamientos de la temporada, en marzo de 2009, cuando Weissman empezó a perder la visión, dejó de poder caminar y se desvaneció en el gimnasio. Fue su amigo Brendan, que levantaba pesas con él por turnos, quien rápido acudió a los médicos. Le salvó la vida. Weissman sufrió un derrame cerebral debido a una malformación arteriovenosa cerebral con la que había nacido pero que nunca se le había manifestado.
A causa de ello, la parte izquierda de su cuerpo quedó paralizada y durante los siguientes años, con la ayuda de sus padres y sus amigos, Cory tuvo que volver a aprender desde cero los movimientos básicos humanos como simplemente caminar. Obviamente, ni hablar de pensar en volver a las canchas. Debido a su bajón anímico cuando los progresos no iban todo lo rápido que una estrella adolescente intuía podía superar, su familia tuvo una idea para ayudarle a salir del bache: demostrarle que aún podía encestar.
En una canasta en el jardín, Weissman empezó a lanzar a una mano con un porcentaje de acierto altísimo, demostrando que el talento para el baloncesto seguía ahí. Aunque los ataques al cerebro tuvieron réplicas menores en los siguientes años, Weissman nunca se desanimó. Volvió a la universidad, siguió enrolado en el equipo como ayudante del técnico y aguador y para el tercer año ya era capaz de correr y entrenar con sus compañeros. Sabía que lo tenía todo en contra para jugar, pero no por ello su desilusión era menor a cada partido sentado en el banquillo sin poder jugar un solo minuto.
En su último año, en el último partido de temporada regular, Weissman fue informado que sería titular. Pero solo como trámite. Estaría en cancha para el salto inicial y, ganara quien ganara la primera posesión, el balón acabaría en sus manos, se pediría tiempo muerto, sería sustituido y su nombre aparecería en los libros anuarios como miembro del equipo con apenas un segundo disputado. Mero formalismo. El entrenador sabía el riesgo que corrían tanto el chico como él mismo, así como la propia universidad, si algo le sucedía durante un partido oficial, pues Cory de vez en cuando seguía sufriendo episodios remanentes que le dejaban en shock durante un tiempo.
Con el partido acabado y apenas una posesión, Weissman finalmente saltó al parqué para sorpresa de todos. El técnico rival, en un acto de humanidad, pidió tiempo muerto en un duelo que tenía perdido y ordenó hacer una falta a Weissman, que se fue a la línea de personal. Falló el primero, casi como para hacerlo más épico, y anotó el segundo, para júbilo de todos. El lanzamiento apareció en la ESPN como una de las mejores 10 acciones de la temporada. Weissman dejó el baloncesto con honores, aunque hoy, seis años después de aquel momento, todavía siga divirtiéndose en canchas con sus amigos. Años más tarde, la historia fue llevada al cine bajo el nombre 1000 to 1: The Cory Weissman Story.
A sus 26 años, Cory Weissman es preparador físico y trabaja con fundaciones por todo el país contando su historia de superación. Explicándole a la gente por qué nunca debe dejar de creer. Narrando cómo es posible que un solo punto pueda hacerte más feliz que más de 1.000.
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