Vaya por delante una apreciación personal: en igualdad de condiciones, considero a Messi mejor futbolista que Cristiano Ronaldo. En un ejercicio de reduccionismo casi filosófico, si despojamos a los dos fenómenos de entrenamientos y sacrificios, en la esencia más pura del ser humano, Cristiano Ronaldo está varios peldaños por debajo de Leo Messi.
Ahora bien, si existe una justicia natural, una compensación implícita en el universo, asistiremos el año próximo, o cuando sea preciso, al cuarto Balón de Oro de Cristiano Ronaldo. Solo así, igualado con Messi, entenderemos la moraleja: el don y el trabajo pueden convivir y triunfar de la mano.
Para aclararnos. Leo Messi parte con una ventaja biológica: está diseñado para jugar bien al fútbol. Igual que los poetas franceses se subían a los árboles para ver escribir a Balzac, los niños de ojos chispeantes se suben a lo alto para ver jugar al argentino. Leo Messi ilusiona a los literatos y Cristiano Ronaldo deslumbra a los estadistas. Uno nació con un don, el otro se ha machacado por vencer a la naturaleza. Podemos observarlo incluso cuando saltan al campo: Messi lo hace andando, tranquilo, pensando en cómo manejará al Barça, por dónde discurrirá el partido que él quiere. Mientras que Cristiano sale al campo con un salto imponente, demostrando esa combinación de fuerza y elasticidad trabajada, indicando que tiene un arma perfectamente pulida para la batalla.
Por eso Cristiano Ronaldo es como es. Para algunos será chulo, prepotente, demasiado ensimismado en su ego. Sin embargo, jugando a ser psicólogos lo que parece esconderse detrás es una ambición atronadora. Una autoexigencia feroz cuyo único objetivo es ser el mejor. Cuida su cuerpo, es metódico, le ofusca fallar y perder. El ejemplo más claro estuvo en la final del Mundial de Clubes. El Real Madrid se proclama campeón del campeonato y el equipo lo celebra en el centro del campo con abrazos y felicitaciones, pero Cristiano Ronaldo está serio; sabe que su final ha sido gris y que no ha marcado. Lejos de parecer egoísta, la sensación es la de un jugador que solo concibe el éxito, que ha luchado contra viento y marea por llegar a ser quien es y que no descansará hasta terminar en el lugar donde él cree que merece estar. Insisto, Messi tiene el don y Cristiano tiene el trabajo.
Las lágrimas o la emoción de Cristiano cuando recibe los Balones de Oro responden a un hecho muy simple: ese galardón constituye el premio a su esfuerzo diario, a su profesionalidad casi maniática. Algo tan lícito y destacable como lo de Messi, que cuenta con el activo de economizar esfuerzos: se calza las botas y a jugar. De hecho, cuando afirman en las tediosas ruedas de prensa antes de la gala que les gustaría jugar juntos en un mismo equipo no son palabras vacías. Cristiano sabe que Messi ha sido tocado con la varita del fútbol, de lo asombroso en un campo de fútbol, y Messi sabe que Cristiano es un sacrificio constante, el ascenso laborioso desde abajo hasta lo más alto. Desconozco una mejor combinación de elementos.
Así que no duden, si al final de esta época maravillosa que nos ha tocado vivir, con dos protagonistas mundiales que a su vez son antagonistas esenciales, el resultado de Balones de Oro es 4-4 (o más), no duden. Existe una ley natural que rige el universo y que nos da una lección: el don y el trabajo son dos caminos que conducen al mismo destino.