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Bill Shankly, el creador del Liverpool moderno

Mamen Hidalgo | Cuando Bill Shankly llegó al Liverpool se encontró con el «retrete» más grande de la ciudad. Era 1959 y Anfield vivía partidos de la segunda categoría. La ciudad deportiva carecía de agua, los jugadores no tenían dónde cambiarse y las instalaciones parecían más un vertedero que un lugar donde practicar fútbol. «Cuando vinieron a preguntarme si quería entrenarles no me lo pensé. Era una ciudad muy esocesa, y un club con potencial y ambicioso. Pero entonces la situación era terrible, esperaban más que un milagro», contó en su autobiografía, My Story. Quince años después, cuando el técnico dejaba el club, los ‘reds’ eran uno de los equipos más respetados de Europa: habían levantado su primera FA Cup, tres campeonatos nacionales y una UEFA. Bill Shankly no solo había creado un nuevo Liverpool, le había dado identidad. «Olvidaos de los Beatles y todo eso. El de Anfield es el verdadero sonido. Esto es cantar, y de esto va The Kop».

Melwood recibió a Shankly con un pabellón de madera, un puñado de árboles y un campo principal que solo era practicable por el centro. «Fue terrible, era un desierto. Había una pista cerrada como si hubieran caído un par de bombas», recordaba. Exigió inversiones, pidió lealtad a los jugadores y dio varios gritos hasta que todos remaron en la misma dirección. Cinco años después ganarían la primera FA Cup de su historia.

 

Shankly arrugaba el entrecejo y torcía ligeramente la boca para hablar con un difícil acento escocés que no desentonaba con el scouse de Liverpool. Su gesto imprimía carácter a los futbolistas. Famoso por su liderazgo y un discurso socialista, hizo trabajar a todos con un solo objetivo: quería que tuvieran que mandar a un equipo de Marte para ganarles. «Muchos nos criticaban porque éramos previsibles, pero siendo previsibles eran incapaces de ganarnos». Nadie imaginaba entonces que unos años después, ya con Bob Paisley al mando, el equipo sería tres veces campeón de Europa.

Quería imponer respeto a cada equipo que pasara por su campo, y con esa idea cuidó todos los detalles. Donde ponía un acogedor ‘Welcome to Anfield’ (Bienvenido a Anfield), instauró un ‘This is Anfield’ (Esto es Anfield). «Quería que los equipos vinieran a jugar con miedo», comenta una de sus nietas, Emma Parry, a Sphera Sports. «Mi abuelo se propuso crear de la nada, de un vertedero, un sitio donde la gente de la ciudad pudiera reunirse y disfrutar, y quería dar visibilidad a la ciudad. Por eso cambió el cartel de entrada al campo, para avisar al rival de que ahí está y ahí es donde va a jugar». Unos años más tarde introdujo la segunda revolución, la equipación completamente roja para buscar un impacto psicológico. «Rojo de peligro, rojo de poder», dijo Ian St John en su biografía. Entró en el vestuario y le tiró unos calcetines rojos a Ronnie Yeats. «Cristo, Ronnie, es increíble, das miedo». Seis meses después alzaban su primer trofeo en Wembley. En el camino a esa cima le seguía The Kop, la grada más envidiada del fútbol mundial. Ahí sonaba ‘You´ll never walk alone’ (Nunca caminarás solo), una manía del entrenador convertida en himno. «Antes de cada partido escuchaba siempre las mismas canciones, de manera obsesiva y casi compulsiva. Ese tema estaba entre los elegidos. Decía que si no lo hacía tendría mala suerte», sonríe su nieta.

 

Anfield huele a fútbol de barrio. El estadio está escoltado por dos pubs y una zona residencial donde los ladrillos ingleses se agolpan hasta confundir dónde empieza y dónde termina cada casa. Frente al otro templo del barrio, la iglesia, se alza la puerta en honor a Bill Shankly. Pasando la verja una escultura recuerda al mítico entrenador. Junto a la grada de The Kop, el técnico que «hizo a la gente feliz» abre los brazos para celebrar que uno ya está en la casa del fútbol.  Nadie se va de ahí sin hacerse una foto. De él destacan su personalidad, un hombre capaz de convencer a la ciudad de que tendría un equipo imbatible. «Con cualquier detalle te hacía sentir que eras el mejor jugador del planeta, te hacía sentir invencible», contaba Ron Yeats.

Al técnico se le atribuye una frase que seguramente se habría guardado de vivir la tragedia de Hillsborough: «Algunos piensan que el fútbol es solo una cuestión de vida o muerte, pero es mucho más importante que eso». Era parte de su show de cara al público, y de la psicología que aplicaba hacia dentro del vestuario. Quería que sus jugadores se entregaran en cada partido, que valorasen el esfuerzo de su afición. «Soy duro con la gente con la que tengo que ser duro, no con quien no lo necesita. Mandaría a la cárcel a cualquier hombre que estando bien pagado y jugando delante del público no se entregue a su trabajo», solía decir.

Primero el fútbol, después la familia

Precisamente ese ímpetu fue el que durante 15 años le separó de su familia. «Se entregaba al Liverpool y a los aficionados. Se pasaba horas firmando autógrafos, abría las puertas de casa para que vinieran desconocidos a hablar de fútbol. Nosotros teníamos asumido eso, pero sabemos que nos adoraba y que por eso dejó la competición, para pasar más tiempo con nosotros», cuentan a Sphera Sports la propia Emma y Chris, el pequeño de la saga Shankly. Su mujer, Nessi, había sufrido personalmente lo que era casarse con un loco del fútbol. Durante una entrevista, un periodista le preguntó por el rumor que consternaba a todo el fútbol inglés. «Se comenta que en tu luna de miel llevaste a tu mujer a un partido del Tranmere Rovers. ¿Es cierto?». «Eso es basura. Fuimos a ver al Accrington Stanley», respondió sin pestañear.

 

Ni siquiera con sus cinco nietas dejaba la competitividad de lado. «Cuando tenía un día libre nos llevaba a jugar al fútbol. Le daba igual que fuéramos todo mujeres. Daba igual que fuera niña y estuviera en la portería, te trataba como si fueras un futbolista más. Si veía que no lo dabas todo, te decía que te fueras a casa. Tenías que jugar hasta que te rompieras las piernas», recuerda Emma.

Seis meses antes de fallecer sabía que una de sus hijas esperaba otro bebé. «Sé que va a ser un chico», le dijo a la madre de Chris Shankly, el más pequeño de la familia. «No llegué a conocerle, pero durante toda mi vida la gente me ha parado por la calle para contarme historias, todo el mundo tenía alguna anécdota con él», comenta. «Hace un par de semanas hablé con Kenny Dalglish, el mejor jugador de la historia. Dijo que el Liverpool no existiría como lo conocemos si no hubiera tenido a Bill. Cuando él dice eso realmente te paras a pensar en su magnitud. No hay muchos equipos tan exitosos, solo Real Madrid y Bayern. El Liverpool probablemente esté en el top de mejores equipos del mundo, y en eso mi abuelo fue muy importante».

 

Rivalidad con el Everton

El espectáculo no quedaba en el campo si Shankly estaba en el banquillo. Los micrófonos y las cámaras le buscaban, todo el mundo sabía que siempre tenía algo que contar. Y su obsesión favorita era el Everton. «Juegan tan mal que si jugaran en el jardín de mi casa correría las cortinas para no verles. Cuando me aburro, miro abajo en la clasificación a ver cómo está el Everton», solía decir. Otra de sus nietas, Karen Gill, cuenta en el libro ‘The Real Bill Shankly’ que uno de los mejores amigos de su abuelo era su barbero, un evertoniano, Harold.  Si Bill se encontraba en la barbería, la gente sabía que ese día estaba cerrado. «Se pasaban la mañana hablando de fútbol». Al final de la charla, Harold siempre repetía su frase favorita: «Te cortaría la garganta, ¡pero tu maldita sangre también sería roja!»

Pese a esa rivalidad, en los últimos años ha surgido la teoría de que Shankly pudo entrenar al Everton. «Solía quedar a tomar un café con políticos y era amigo de Eddie Clyne. En un momento le comentó que el Everton quería buscar un nuevo técnico, y él simplemente no se lo pensó y respondió que lo haría si se lo pidieran. Para él era una forma de volver a trabajar en el fútbol», afirma Chris.

Outside the Shankly Gates

I heard a Kopite calling :

Shankly they have taken you away

But you left a great eleven

Before you went to heaven

Now it’s glory round the Fields of Anfield Road

(Fields of Anfield Road) 

 

Una despedida amarga

Contaba Galeano que él sufría una melancolía irremediable al final del amor y de un partido. Debió ser la misma sensación que sintió Bill Shankly, que asemejó su adiós a morir en la silla eléctrica. Hasta entonces su vida había sido 24 horas de fútbol. «No estaba preparado para dejarlo», lamenta su familia. El propio Bob Paisley, quien tomaría su relevo en el banquillo, le insistió en reconsedirar la decisióin: «Vete de crucero, despeja la mente y vuelve», pero la decisión estaba tomada, y en 1974 dejó el banquillo ‘red’. El cambio de vida lo asumió físicamente, pasando más tiempo en casa, pero mentalmente le pesó. Volvía a Melwood todos los días, se resistía a abandonar el lugar donde había vivido. Allí los jugadores seguían llamándonle ‘boss’—jefe—, mientras que al nuevo técnico le llamaban Bob. El club no se lo pudo permitir y fue invitado a dejar de ir a los entrenamientos.

Aunque su muerte oficial se produjo tras dos infartos consecutivos en 1981, su corazón se había parado en ese momento. Shankly solía decir que el Liverpool se hizo para él y él se hizo para el Liverpool. Y con esa ruptura su vida terminó. El 22 de noviembre de ese mismo año sonaba el más triste ‘You´ll never walk alone’ en la Liverpool Cathedral. Allí estaba George Sephton, speaker de Anfield durante los últimos 45 años. «Bill se pondría furioso si viera al Liverpool como está ahora, enfermaría», explica a Sphera Sports. «Era un hombre que amaba tanto la cercanía de la afición, que se escandalizaría al ver el fútbol de ahora».

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