Los jugadores conviven entre alabanzas y críticas. Viajan en una montaña rusa que los impulsa hacia las letras de los elogios y descienden en una cabina de caída libre a una velocidad extrema. Como si todo lo que sucediera entre esos límites que etiquetan su rendimiento pudiera desaparecer de un soplido. No existe demasiada clemencia en un mundo de exigencias constantes. O estás bien o chupas banquillo, o destacas o no te comes un titular que te mime.
No sé muy bien si, con un dictamen tan minucioso, un delantero vive o sobrevive en el área. Ese barrio en el que habitan, concurrido, con sus habituales puntos de encuentro, con sus zonas peligrosas, con las prisas que atraviesa nuestra vida. En él, la gente puede entenderse o meter lo codos, pelearse o abrazarse. Si los goles no llegan, el ariete no se siente seguro por sus oscuras calles.
Nos gustaría pensar que la valía de un jugador que tiene la potestad de facturar goles va más allá de sus desmarques, de la brusquedad por hacerse con un balón en el aire o de la finura que ajusta el esférico entre los tres palos. Aunque Twitter (ahora ‘X’) y su toxicidad nos quiera demostrar tantas veces lo contrario. Producir es una obligación innegociable.
Borja Iglesias, metro ochenta y siete de ventaja en las disputas, antagónico de los adornos, no ha perdido su autenticidad por el camino. Aquella que protegemos cuando nos lanzan a los leones o nos hacen pasear por un alambre. Se posiciona, no mira a otro lado cuando la injusticia se pasea con descaro. Agradece las ovaciones con el corazón lleno, porque la humildad sigue intacta en su piel. Probablemente, la legitimidad que conserva sea una de sus cualidades más preciadas en un mundo elitista y que nos parece tan desemejante al nuestro.
Borja es una especie en peligro de extinción, que destaca entro lo banal e insustancial. La naturalidad expuesta de sus sentimientos es un valor añadido que carece en nuestros tiempos. Quizá deberíamos hablar más de lo que los futbolistas aportan al fútbol y a la sociedad, porque ésta también se ubica en las gradas, frente a los televisores y ante las redes sociales. Más de estos aciertos, menos de otros fallos. Los goles, tarde o temprano, siempre llegan.