Aseguraba Gattuso en el post partido del Valencia en el RCDE Stadium que la experiencia no se puede comprar con 20€ en un supermercado. Una obviedad, vaya. Y lo decía tras ver cómo se descompuso su equipo una vez se colocó en ventaja. Por no ser inteligente en los minutos posteriores al cabezazo de Paulista y, principalmente, por la endeblez de Nico González con esa pérdida tan evitable y el parco retorno de Hugo Guillamón, Ilaix Moriba y del propio Nico dejando conducir y llegar a Darder sin oposición hasta la frontal del área a siete minutos del final. La experiencia no se compra pero sí se puede exigir en el momento donde pueden darte una solución. Y eso no ha ocurrido. Peter Lim, que lleva ocho años demostrando que prefiere imberbes para sacarles rendimiento económico una vez hayan desarrollado a nivel deportivo (salvo contadas excepciones), ha vuelto a acceder a tener la plantilla más joven de las 5 grandes Ligas (media de 24 años). Y eso tiene sus consecuencias. Positivas y negativas.
El descaro, el brío, la ambición de querer llegar y la frescura son características innegables que te asegura esa lozanía pero cuando hay que subir rampas de montaña en pleno partido, se corre el riesgo de no saber cómo sortear esas curvas con desprendimiento. Bordalás ya subrayó mucho ese aspecto y ‘Rino’ ha tardado siete jornadas en hacerlo. Subsanar esa carencia no es novedosa. Viene de lejos. Y el máximo accionista sigue apostando por el riesgo.
Un equipo poderoso ha de manejar riqueza en cuanto a los automatismos, diferentes sistemas y una gran mentalidad. No cabe duda. Pero también futbolistas en posiciones clave que sepan leer cuándo es buen momento para regatear o para mandarla al quinto anfiteatro. Cuándo requiere de una pisadita al balón o cuándo una a la bota del contrario. Aunque suene belicoso. Ese poso se tiene o no se tiene. Y generalmente te lo da haber estado muchas veces pisando un terreno de juego. Los partidos se ganan también teniendo esa agudeza, sabiendo qué hacer para administrar ventajas y escurriendo que los rivales se suban a caballo. Hay casos donde pueden converger esa pubertad y ese oficio. Pero no suele ser lo habitual. De ahí que el Valencia debería subsanar ese aspecto cuanto antes. Si puede ser en el mercado de invierno, mejor. Son puntos que te pueden hacer pensar en objetivos añorados que ahora parecen lejanos por esa mocedad y falta de kilometraje que no te están permitiendo ser constantes y regulares.
Un equipo repleto de arrojo y atrevimiento se siente arropado en casa. Los errores son disimulados con la vehemencia y exaltación de los suyos. La afición es el abrigo a cualquier imperfección. En Mestalla se es consciente que hay una plantilla joven con lo que ello supone y se actúa en consecuencia. Sin embargo, el frío llega lejos de ese ardor. Ahí las tornas cambian y el entusiasmo recae en el rival quedando este Valencia destapado y acatarrado. En Vallecas se vio un equipo superado al que le ganaron en todo y ante el Espanyol, como tantas veces estos últimos años, uno con inexperiencia en pleno aprendizaje y con falta de oficio en los momentos cruciales.
La juventud es un divino tesoro que nadie podrá rebatir. Pero como ocurre en la vida, las arrugas hacen ese callo que con el vigor no se es consciente. Y el Valencia necesita justamente eso. Pubescencia pero con el oficio de varios jugadores clave que les permita ser más competitivos a nivel grupal. Que no vayan al supermercado. Allí no encontrarán nada. Pero sí en Singapur. Porque allí está el que levanta o agacha el dedo pulgar en todo el tema de operaciones.
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