Cinco puntos de los últimos quince, con cinco empates consecutivos, no son el botín deseado por un club que está peleando en márgenes estrechos por la clasificación para disputar competición europea la próxima temporada. Sin embargo, si acudimos a un análisis un poco menos grueso, es imposible no afirmar que el Betis de Manuel Pellegrini sigue haciendo crecer su competitividad de la mano de su equilibrio táctico y su capacidad para sobrevivir en escenarios de partidos totalmente diferentes, eludiendo o siendo capaz de superar los episodios desfavorables y sea cual sea el rival que tenga enfrente. Toda una novedad respecto a la última temporada. Unas hechuras para mantenerse siempre en pie en el ring de los partidos pase lo que pase que se entienden por la presencia de un hombre: Guido Rodríguez.
El mediocentro argentino llegó sin hacer ruido, en medio de un maremágnum de decepciones y de frustraciones futbolísticas y comenzó a jugar de verdiblanco entre el runrún precipitado de su nueva afición, pero incluso en el caótico equipo de Rubi ya se mostró como una pieza muy importante para sujetar el ida y vuelta permanente en el que se manejaba entonces el Betis, siendo capaz de sostener las ruinas de un equipo que era muy vertical desde muy abajo, con muchos problemas para detener al rival en la transición defensiva y con una continuidad flagrante desde el juego asociativo colectivo que nacía de sus propias aceleradas intenciones.
Desde entonces hasta ahora, con un plan de juego mucho más pensado, reflexivo, sosegado y asentado, su figura se ha extendido como una inundación de especialización defensiva e inteligencia posicional sobre la llanura del césped del Benito Villamarín, permitiendo a sus compañeros con sus vigilancias, sus ayudas y sus coberturas permanentes, omnipresentes y de una eficacia garantizada, pisar sus zonas predilectas, en el caso de los creativos Sergio Canales o Nabil Fekir; acudir hacia ellas desde sus posiciones de partida, en el caso de Álex Moreno o especialmente de Emerson; o sentirse mucho más cómodos y seguros defendiendo en bloques medios o bajos o cerrando a cal y canto el área, en el caso de los dos centrales y del portero, a quienes seguramente ha dado tiempo y contribuido a mejorar su transmisión de solidez.
Su influencia, por si no fuera suficiente, aún es más totalizadora, ya que Guido, más allá de su exquisita lectura sin pelota, para guardar la posición, poner trabas en el carril central, el candado en la frontal de su equipo o acudir a los costados con la manguera a apagar incendios, también es un activo decisivo a la hora de detener la transición ofensiva o el contraataque de los rivales con su activación y su instinto para defender hacia delante, permitiendo así a su equipo reiniciar muchos ataques directamente en campo rival. E incluso se suma a los últimos metros del ataque cuando el Betis está bien asentado en la mitad rival. Un despliegue físico, una capacidad atlética y un fuelle que hacen recordar el apelativo de ‘Sette Polmoni’ que se ganó en Italia un tal Luis del Sol, leyenda absoluta y gran mito de Heliópolis. No sé si siete, pero yo me atrevería a jugarme el dedo meñique del pie izquierdo a que sí tiene más de dos.
Los aparentemente fríos números también nos hablan de un perfil defensivo completísimo, capaz de aportar soluciones a su equipo en todas las fases del juego y en zonas del campo muy diversas. El ex del América es el segundo futbolista de La Liga en el número total de entradas en el suelo ganadas, el sexto en disparos y pases bloqueados, el décimo en intercepciones de pelota y directamente el primero (empatado con Marc Cucurella, lo cual ya dice casi todo, aunque el catalán lo hace de una forma mucho menos seleccionada, mucho más eléctrica y muchas veces en el tercio superior) en la cifra total de presiones exitosas, es decir, provoca directamente el cambio de posesión a favor de su equipo en los cinco segundos posteriores a una acción de presión suya sobre el portador del balón del conjunto contrario.
Los límites más evidentes de Guido como futbolista se encuentran en la salida de balón, sobre todo en su falta de cintura para girar y ponerse de cara cuando recibe de los centrales. Es por ese motivo que Pellegrini, si puede, suele saltarse el mediocampo a la hora de iniciar o lateraliza a Guido a la derecha de Aïssa Mandi para que sea Canales quien acuda a la vertical del central argelino —el mejor defensa bético con diferencia a la hora de asentar la posesión mediante pases de seguridad o de encontrar progresiones con envíos tensos que rompan una línea de presión— o para favorecer todavía más la salida exterior y poder situar ya arriba de partida, ya sea por pasillo interior o por fuera, la potencia de Emerson como carrilero de facto.
Una acción, la de lateralizar su posición en salida, que Pellegrini ha utilizado en una gran cantidad de ocasiones para jugar directamente sobre la posición abierta de Aitor Ruibal cerca de la medular y encontrar el vuelo de Emerson en el carril intermedio con un simple toque en corto. A pesar de su hándicap, Guido no se complica, casi nunca duda, conoce sus límites y actúa en consecuencia, devolviendo rápido a los centrales o al portero si se siente presionado y ofreciéndose de nuevo de manera ágil para volver a ser una potencial línea de pase por abajo que descongestione la presión alta que esas recepciones de espalda al arco rival suelen generar, o permitiendo que Claudio Bravo, en largo, pueda encontrar en las bandas a los extremos o a los laterales previamente alejados para poder atacar a posteriori con espacios.
Cuando puede situarse de cara, en cambio, su destreza desde el pase es otro cantar. Sin ser un virtuoso o suponer un polo creativo, Guido sí es un centrocampista con un aseado desplazamiento largo, con aplomo cada vez que participa y con un cierto sentido de la profundidad. Un compendio de virtudes que le permite al Betis jugar de área a área, ser constante en su fase ofensiva en la mitad rival a partir de sus robos altos y reagresiones tras pérdida, corregir los agujeros tácticos si a su equipo le toca correr hacia atrás en desventaja o sobrevivir en su propio campo sin perder capacidad de amenaza como demostraron los dos últimos encuentros ligueros ante el Athletic Club (con uno menos desde el 10’) y el Real Madrid. Todo ello transmitiendo una sensación de seguridad enorme a partir de su amplitud defensiva, de su inteligencia para estar siempre bien ubicado y de su profesionalidad para llevar a cabo el trabajo más sucio con la misma higiene y concentración que el mejor cirujano.
El Betis de Pellegrini se ha convertido en un equipo que compite siempre. Y Guido, su ancla, su balanza, su contrapeso, su salvavidas, su bombero y su péndulo, tiene mucho que ver. Casi todo para ser justos. Quién sabe dónde estaría el Betis en la clasificación sin esta versión excelsa del argentino y sin su modo hiperactivo sin balón. Luego el propio equipo ha ido creciendo desde el cambio de paradigma de su fase defensiva y el propio sistema ha ido estabilizándose a través de la madurez adquirida, pero Guido marca la altura a la que se defiende y a la que se juega y, por tanto, el contexto, y sea este cual sea logra en todo momento darle a los suyos las herramientas para que puedan luchar por los tres puntos.
Estamos, sin duda, ante uno de los futbolistas más infravalorados del campeonato y uno de los más decisivos para las posibilidades de su equipo, pero como suele ocurrir los ríos más profundos son siempre los más silenciosos. Como lo fue su llegada al Villamarín.Algo más de un año después, el equilibrio entre todas las fases del juego que ha alcanzado el Betis es una obra cuyos méritos pertenecen obviamente a Pellegrini, pero no se entendería el alto grado de competitividad alcanzado por el cuadro verdiblanco sin el alto nivel de Guido Rodríguez.
Imagen de cabecera: ImagoImages
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