Se dice que en la selva los animales se rigen por una Ley (no escrita) donde predomina la fuerza por encima de todo. Es decir, el grande, el más fuerte, es quien tendrá el poder. En ausencia de cualquier norma, lo que impera es la simplicidad y la tiranía de aquel que es capaz de someter al otro. El león puede al perro, el perro al gato, y el gato al ratón. En el mar, el pez más grande come al pez más chico. También en la humanidad: en la mayor parte de nuestra historia el poder ha sido de los tiranos, que poseían la fuerza política y militar, siempre por encima de aquel que era inteligente o astuto.
En el fútbol también es así. La Liga es controlada de forma casi exclusiva por Barça y Madrid. La Ligue 1 estuvo siete años seguidos en el poder del más rico, el Olympique de Lyon, para después ceder ante uno todavía más rico, un PSG que ha ganado siete de las últimas ocho. La Juventus ya va por las nueve seguidas en la Serie A. En Alemania, el Bayern ostenta casi seis veces más Bundesligas que el segundo mejor clasificado en la historia, en Portugal no se contempla el triunfo de otro que no sea el Porto o el Benfica…
Después, en la Copa de Europa, lo que casi siempre ocurre es que gane cualquiera de los mencionados anteriormente, sobre todo si es español, inglés, italiano o el Bayern (de las 64 ediciones, solo en 16 ha sido distinto). También pasa en los torneos de selecciones, en los que siempre ganan los mismos salvo contadas excepciones (Brasil, Alemania, Italia, Argentina…).
La normalidad es esta. El fútbol, en cierto modo, es previsible. No sabes cómo se va a producir el resultado, pero basándote en la experiencia, sabrás que el triunfo se reduce a dos o tres candidatos en la mayoría de las ocasiones. Por eso, cuando en un partido de cada cien, un equipo modesto, diminuto, con escaso presupuesto y jugadores de nivel bajo consigue ganar, el tiempo se detiene. Y entonces el fútbol es maravilloso. Al crack de turno levantando la copa le sustituye Zagorakis, una final de Champions entre potencias futbolísticas pasa a ser un Mónaco-Oporto, la Liga española la puede ganar el Valencia, y el Deportivo de la Coruña, ¿Por qué no? Soñamos con triunfos de Liechtenstein o San Marino, creemos en que el Schalke puede meterle cinco al campeón de Europa, existe la posibilidad de que un Segunda B goleé al mejor equipo del siglo XX o que el Leicester de Claudio Ranieri levante la Premier League ante colosos como City, Liverpool o Manchester United.
Ese minúsculo porcentaje de sorpresas, sin embargo, se ha elevado a raíz de la crisis sanitaria del covid-19. Desde aquellos meses de confinamiento, desde que las pretemporadas pasaron a ser prescindibles, cuando la preparación física es incluso más importante que la calidad o el presupuesto, cuando el factor campo nunca supone la diferencia entre ganar o perder… todo se iguala. Y los llamados ‘matagigantes’ se multiplican.
Hoy, cuando febrero va acabando y entramos en la fase decisiva por la consecución de un título, los pequeños desafían a los grandes como si la temporada acabase de comenzar. El Levante puede poner en jaque a un líder que parecía imbatible arrebatándole cuatro puntos en tres días. Ganándole 0-2 en el Wanda Metropolitano. Ese mismo equipo, con uno de los presupuestos más bajos de Primera División y antepenúltimo en tope salarial, está a un 0-0 de la final de Copa. En noviembre peleaba por no descender tras una victoria en 10 jornadas.
¿Y qué me dicen de un recién ascendido que es capaz de ganar a Real Madrid y Barça en una misma vuelta? Con el valor de mercado más bajo de la Liga, el Cádiz es capaz de romper una racha negativa de cuatro goleadas consecutivas encajadas para empatar en el Camp Nou, logrando un resultado histórico que no se alcanzaba desde 1978. Nunca había terminado una Liga sin perder los dos partidos contra el gigante azulgrana. Meritorios también Elche, Osasuna o Alavés, capaces de rascar empates o triunfos ante el Real Madrid, o Éibar, Getafe y de nuevo Alavés ante el Barcelona. El Huesca, un equipo que parecía desahuciado, ha firmado un arreón espectacular, con un empate ante el Villarreal y dos victorias (Granada y Valladolid, ésta en Pucela) en las últimas cinco jornadas para engancharse de lleno a la lucha por la permanencia. Por el camino hizo sufrir a Sevilla y Real Madrid.
La diferencia entre grandes y pequeños se refleja en la tremenda dificultad de conseguir cada gol y cada punto. El Madrid solo ha ganado dos partidos por más de dos tantos en toda la temporada. El Barça se ha abonado a las victorias en los últimos minutos. El Atlético no ha perdido su costumbre de ganar muchos encuentros por la mínima. Aun así, y aunque su presupuesto debe colocarle entre los favoritos al título, no debemos olvidar que el club rojiblanco solo ha ganado una de las últimas 24 ediciones del campeonato doméstico.
Proclamarse campeón será un nuevo éxito para la “anormalidad”, que sí ha llegado a la Copa del Rey para quedarse: con partido único, el Madrid es capaz de caer eliminado ante el Alcoyano y el Atlético ante el Cornellá, el mismo equipo que forzó la prórroga ante el Barça. Estamos cerca de una final inédita entre Sevilla y Levante, y todavía falta por disputar la de la campaña anterior, un derbi vasco que pase lo que pase es historia.
Hoy, cuando los grandes luchan por aumentar su tiranía a través de una Superliga que pretende acabar con los auténticos valores del fútbol, los pequeños se revelan con más fuerza, demostrando que no solo tienen cabida en este entramado donde solo importa el espectáculo y el dinero: es que son imprescindibles.
Imagen de cabecera: Denis Doyle / Getty Images
Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).
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