Estaba escrito. Ese croata llamado Luka y apellidado Modrić, que de bien pequeño tuvo que sufrir una guerra cruenta, sorteando minas como posteriormente iba a regatear en el verde, iba a ser buenísimo. Se fajó en campos modestos de repúblicas que hacía nada eran parte de aquella Yugoslavia que no iba a volver. Tenía cosas. Hasta que su fútbol, con una exhibición en Wembley con Croacia, despertó interés mundial. Ese chico bajito, el mismo que se desplazaba por hoteles para obviar la peor cara que tiene el ser humano, esa contienda en la que iban a morir un incontable número de civiles, iba a fichar por el Tottenham. Ya nada iba a ser lo mismo. Cuatro años más tarde firmaba por el Real Madrid.
“42 millones para tapar vergüenzas”, decía algún periódico. Es cierto que su fichaje podía enarcar alguna que otra ceja. Solamente había sido capaz de levantar trofeos en su país natal. En la Premier League mostró su calidad en repetidas ocasiones; pero alguno intuía que el salto era demasiado grande. ¿El resultado? El que todos sabemos. Quizás Narciso, si pudiera ver lo que sucede hoy, se arrepentiría de mirarse a sí mismo para acabar ahogándose. Hoy, probablemente, miraría a Modrić.
El de Zadar forma parte de esa estirpe de futbolistas a los que nos les quema el cuero. Los que, seguramente, la pidan incluso con un rival encima. Qué más le da, así le gusta jugar y así será hasta que sus piernas le pidan que se detenga. Es cierto que sus últimas actuaciones le han dado vuelo para ser elogiado sin cesar. Parece que la cuarentena le ha hecho recapacitar de lo bien que se está con la familia; pero lo importante que sigue siendo el fútbol. Su Balón de Oro en 2018, muy polémico, le tranquilizó. El coronavirus volvió a despertar a la bestia.
Zinedine Zidane, que no se casa con ningún futbolista ni tampoco un esquema concreto, le suele dar vuelo en cualquier disposición. Da igual si es con rombo, con doble pivote, o con un centrocampista defensivo y dos interiores: siempre está ahí. Modrić es ese Harvey Keitel trajeado que aparece para solucionarte cualquier problema. Este curso, con un Casemiro más mundano, ha emergido de la mano de Toni Kroos para capitanear una sala de máquinas que dicen que le queda poco tiempo. El croata, a sus 35 años, sabe que su llama se irá apagando. Por ello goza cada disparo, cada pase y cada acción defensiva. Como si fueran la últimas. Porque incluso ahí, en las porfías defensivas, se le ve más metido que nunca, más peleón, como si fuera un niño, saboreando cada segundo de su balompié. Stendhal no vio a Modrić. Si estuviera aquí, repleto de placer, le gritaría a la televisión que, por favor, se la dieran a Luka una última vez.
Imagen de cabecera: Alex Caparros/Getty Images