Ha habido muy pocos futbolistas venidos desde el otro lado del océano Atlántico en la historia más o menos reciente que hayan sido capaces de dar el salto con tan solo 18 años a una gran liga del fútbol europeo y dejar en sus primeras actuaciones en el Viejo Continente una impronta tan sumamente positiva y unas sensaciones tan palmarias de encerrar un enorme potencial dentro de sí como las que viene transmitiendo Diego Lainez en sus primeras semanas defendiendo la camiseta del Real Betis. El jovencísimo talento mexicano, llegado desde el América como la próxima gran joya del fútbol azteca, representa un perfil de futbolista que el conjunto verdiblanco, más allá de la bisoñez e inexperiencia que Quique Setién ha demostrado no tener en cuenta si en términos de juego el chico responde, estaba pidiendo a gritos para imprimir ritmo, aceleración, energía, atrevimiento, descaro, desequilibrio y regate a los últimos metros de sus ataques, especialmente a los más posicionales.
Lainez es, evidentemente, un futbolista todavía indefinido. Un zurdo de una técnica eléctrica y electrizante, con una personalidad gigantesca para ofrecerse, que no tiene ningún miedo a fallar a pesar de su corta edad y que demuestra en casi cada acción un gran sentido de la verticalidad y del desborde. Un enorme talento que actualmente puede actuar en cualquiera de las posiciones de la línea de mediapuntas. Tanto por fuera para amenazar el pico del área, especialmente partiendo desde una banda derecha que es el lugar más idóneo para su adaptación más inmediata al campeonato español y para activar su pierna buena, como también por dentro, erigiéndose ahí en un frecuente receptor entre líneas para dividir así al rival por el carril central a través de esa capacidad de giro diabólica que tanto le caracteriza y que el Betis tanto necesita cuando el rival obliga a Canales y a Lo Celso a jugar conjunta y asiduamente alejados de la frontal del área.
A pesar de ser un prototipo de jugador muy petiso y liviano, el de Villahermosa no es un futbolista en absoluto frágil. Posee un tren inferior que soporta muy bien los envites y las tarascadas, una muy positiva protección del esférico y tiene un gran motor en sus piernas como para realizar esfuerzos más prolongados en conducción o ayudas sin balón en tareas de corrección posicional defensiva. Lainez, además, entiende de forma bastante natural el hecho de tocar e irse, de apoyarse y de generar inmediatamente una nueva línea de pase, pero es evidente que aún le queda bastante recorrido para integrarse en el ordenado y cuidado circuito asociativo bético, para leer del mejor modo posible cada situación de ataque en términos colectivos antes de lanzarse a una incursión en solitario sin demasiadas posibilidades de éxito y para saber esperar y no acercarse demasiado y con demasiada frecuencia al balón, aun cuando el rol de incisivo agitador es al que parece encaminarse en sus primeros meses en Sevilla y para el que el equipo le necesita sin demora.
Y es que es precisamente en esas labores de alterador, entendidas también desde la posibilidad de un cometido de revulsivo que entre desde el banquillo en modo torbellino en partidos que requieran un aporte de frescura y una inyección de desparpajo cuando el elevado control verdiblanco no sea suficiente; desde las que puede explotar a las mil maravillas los espacios más amplios que se generen a lo largo de todo el ancho en tres cuartos de cancha. Un dinamismo con el que ya está aportando matices rupturistas al fútbol de posición de Setién y generando superioridades en ambos carriles intermedios con una movilidad que William Carvalho, con sus envíos rasos y verticales, y los citados Canales y Lo Celso, cuando se abren hacia los costados, van a aprender rápidamente a encontrar y a exprimir gracias a su poder de atracción de marcas y a su posterior certero toque hacia esas zonas interiores más avanzadas desde las que el mexicano puede no solo dinamitar en conducción, sino también filtrar o filtrarse e incluso, pisar área para finalizar cuando se suelte la melena definitivamente.
Ya lo cantaba Héroes del Silencio. Todo arde si le aplicas la chispa adecuada. Y Lainez ha llegado a Sevilla dispuesto a ser esa centella que, junto al bidón de gasolina que representan sus ligeras piernas a la hora de despejar el camino de rivales, de lanzarse en tromba hacia zonas de peligro en conducción o de desequilibrar en parado tras recibir al pie; ayude a avivar el fuego bético en las transiciones largas que están siendo marca de la casa durante toda la temporada y, sobre todo, que contribuya a reavivar la llama del plan en los ataques más estáticos ante los bloques más bajos y sólidos. La primera misión de Lainez en el Villamarín es exactamente esa: abrir defensas cerca del área, hacerle la difícil vida un poco más fácil al nueve por su mera proximidad y generación de alboroto y, en definitiva, incendiar los planes defensivos más conservadores por parte del rival, esos en los que el Betis más se está quedando a medias en su desactivación a lo largo de la presente campaña. Si lo consigue de una forma más o menos continuada desde ya mismo, este Betis puede volar en cualquier contexto de partido, casi tanto como lo hace su gran joya mexicana con la pelota cosida al pie.
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