La vida es un constante ir y venir de sensaciones, sentimientos,
ilusiones y, si hablamos sobre deporte, de retos. Cada nuevo año trae consigo
millones de propósitos, esperanzas renovadas, desafíos por superar y, cómo no,
rivales a batir. Cada año la historia cambia pero el objetivo final de todos y
cada uno de los pequeños seres que formamos parte de este loco mundo es siempre
el mismo: reinventarse. Reinventarse para sobrevivir, reinventarse para poder
seguir cumpliendo sueños.
Muchos sueños caben en la mente de una jugadora de fútbol. Uno de
ellos, formar parte de la selección nacional. El esfuerzo, las ganas, la
ilusión, las horas de entrenamiento, las horas de sueño perdidas, el empeño por
trata de compaginar el fútbol con otra profesión… todo suma, todo cuenta, todo
merece la pena por el simple hecho de poder gritar a los cuatro vientos “sí, yo
también estuve allí y lo di todo por defender los colores de mi país”.
Muchas esperanzas caben en un vestuario como el de la selección
española de fútbol. No hay lugar para las dudas, sólo espacio para anhelar el
triunfo, para aferrarse a la ilusión, para luchar y dar lo mejor de sí. Nada
importan los obstáculos, atrás quedan las barreras, es el momento de vestir unos
colores y mostrar el coraje, el orgullo y el deseo de jugar al fútbol.
Porque, efectivamente señores, ellas también van a Las Rozas a
jugar al fútbol, ellas también crean sobre el terreno de juego, ellas también disfrutan
y comparten ilusiones con la afición. Y sí, empezaron el año con una victoria
ante las actuales campeonas de Europa. Sí, anotaron dos goles y nos fuimos con
la portería a cero. Sí, vencimos a Holanda, pero… ¿qué significa un 2-0 si no
podemos verlo? ¿Qué queda después de un partido que no ha sido televisado? ¿Qué
sentido tiene un resultado si no podemos vibrar y disfrutarlo con ellas?
Porque nos duele ver a nuestra selección perder, pero más nos
duele no poder verla cuando alcanza el triunfo porque no hay televisión que lo
retransmita. Y más nos duele saber que el partido ante Holanda podría ser
considerado un ‘mero entrenamiento’ en lugar de un ‘partido de carácter
amistoso’ fruto de ineficiencias en la gestión económica del encuentro. Y más
nos duele ver que el escasísimo aforo de un estadio no permita que la afición
que acude a ver a su selección pueda disfrutar de ella. Y, sin lugar a dudas,
mucho más nos duele saber que una jugadora como Silvia Meseguer renuncia al
combinado nacional por incompatibilidad con sus prácticas laborales.
¿Por qué? ¿Por qué la afición tiene que aferrarse al dolor y no al
júbilo y la pasión? ¿Por qué llega un nuevo año y, al contrario de lo esperado,
parece que nada ha cambiado? Después de décadas de incesante lucha contra la
desigualdad, las barreras y los obstáculos, la llegada de un nuevo año le hace
a uno preguntarse: “¿dónde están las ganas de reinventarse? ¿Dónde quedaron los
deseos de apostar por el fútbol femenino?”
Y, desgraciadamente,
la única respuesta que emana de cuestiones como estas es que, efectivamente, un
año más ha pasado. Sin embargo, nada ha cambiado y en Las Rozas sigue lloviendo
sobre mojado.
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