Quien ha visitado San Siro seguro que guarda el recuerdo hipnótico de los aficionados ascendiendo por sus columnas en busca de sus localidades. La sensación es indescriptible, no sólo por la mole que es el estadio, sino porque el movimiento al unísono de la gente provoca una ilusión óptica que nos lleva a “ver” cómo las columnas también giran.
La última vez que disfruté del espectáculo fue el pasado 9 de febrero. Acababa de vivirlo también en el interior del ese día Giuseppe Meazza: 4-2 en ‘Il Derby della Madonnina’. Los aficionados del Milan y del Inter abandonaban el estadio; estos últimos, cantando, después de haber arrollado al Milan en la segunda parte y levantar un 0-2 al descanso. Yo estaba clavada, mirada en alto, en los aledaños del estadio en el que había asistido, sin aún saberlo, a mi último gran partido de fútbol como aficionada.
Había llegado como dos horas antes del gran derbi. Chispeaba, hacía frío, noche cerrada en Milán. Aún repiquetea en mis oídos el bullicio de los aficionados que avanzaban en grupos, que cenaban en algunas de las camionetas de comida rápida o que compraban una bufanda para animar y presumir de los suyos. Accedí al estadio emocionada. El trasiego en los accesos y vomitorios era incesante. No quedaban entradas desde hacía días. No exagero si digo que abrí mucho los ojos y sonreí cuando entré en el campo, cuando vi el césped y los dos grandes grupos de ‘tifosi’ daban color y sonido a sus respectivos fondos. Y todo eso antes aún de que arrancaran los noventa minutos. Qué imagen. Qué sensación de día grande. Cuánto disfrutamos de esos partidos los que disfrutamos del fútbol. O, mejor dicho, disfrutábamos.
Esa misma mañana había aterrizado en Bérgamo con mi compañero cámara Roberto Cortés. Los dos comentábamos sobre lo exagerados que eran algunos pasajeros del vuelo desde Manises por llevar mascarillas hasta que llegamos al aeropuerto italiano y nos encontramos varias colas de sanitarios, ataviados con EPIS y mascarillas, para tomarnos la temperatura en nuestro primer control coronavírico. Una anécdota, sin más, en aquel momento. “Sí que se lo están tomando en serio los italianos”. Ingenuos de nosotros.
Viajamos para realizar varias entrevistas para Movistar Liga de Campeones, de cara al Atalanta-Valencia que se jugaría allí dos semanas después en la ida de los octavos de la Champions. El delantero del equipo de Gasperini Luis Muriel, el exvalencianista Amedeo Carboni y el jugador del Milan Samu Castillejo eran los protagonistas. (Castillejo, para El Tercer Tiempo, sobre el derbi, su vida milanista y el aterrizaje en el equipo de Ibrahimovic.)
Precisamente a Samu le agradeceré siempre que me facilitara la entrada para vivir aquel imborrable Inter-Milan en la grada del Giuseppe Meazza. Diez días después, viví a pie de campo de San Siro ese Atalanta-Valencia. El mismo escenario, las mismas sensaciones de día grande, de partido bonito, aunque con el (gran) cambio de rol de aficionada al fútbol a periodista.
40.000 aficionados del Atalanta se habían desplazado desde Bérgamo para presenciar la primera ronda de eliminatorias de Champions de su equipo. Cómo no imaginar su entusiasmo. Lo que no imaginábamos era lo que venía después de aquella “bomba biológica”, el centro de la expansión del coronavirus en Europa, según el alcalde de Bérgamo y numerosos epidemiólogos y neumólogos después.
El 2020 y nuestras vidas iban a cambiar y no lo sabíamos. Yo no sabía que en esos diez habría sentido dos emociones que no se han vuelto a repetir: la de presenciar un partido de fútbol en la grada y la de contar un partido a pie de campo… con público.
Porque sí, he tenido la gran fortuna de continuar con mi trabajo en Movistar Plus tan pronto como se reanudó LaLiga, siguiendo todos los estrictos y acertados protocolos anti Covid-19 que permitieron retomar la competición 2019-2020 e iniciar la presente, pero las gradas siguen vacías. Y eso lo cambia todo.
No sé dónde está el hueco donde nacen los vientos y no sé cuándo volverán las aficiones a ocupar sus asientos, a vibrar de cerca con los suyos, a aplaudir o a protestar, a abrazarse para celebrar goles. A sentir. A entrar y salir de sus estadios con la misma emoción con la que yo entré y salí del Giuseppe Meazza aquel 9 de febrero.
Sólo sé que cada día es un día menos para ese momento y que este 2020 al que le quedan “8 días de tiempo añadido” no nos va a devolver nada, pero sí confío en que el 2021 os devuelva a los campos. Porque, como escribió Eduardo Galeano en su libro ‘Fútbol a sol y sombra’, “jugar sin hinchada es como bailar sin música”.
Mientras ese día llega, no dudéis de lo mucho que se os echa de menos ahí adentro. Cuando nos queramos dar cuenta ya estaremos bailando con la música a todo volumen en los estadios, sin que sea otra ilusión óptica.
Por un 2021 en el que volvamos a vernos, bufandas y micrófono en mano.
Felices fiestas y feliz año a todos.
2021, calienta que sales.
Imagen de cabecera: MARCO BERTORELLO/AFP via Getty Images
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