En un fútbol moderno y más en el inglés aún quedan jugadores que no aterrizaron en un avión privado el día de su presentación o venden camisetas a cantidades industriales. Queda el hombre que nos representa, el que todos quisimos ser algún día, ese chico joven y con problemas. Un dolor de muelas para la defensa rival y un horror para el Estado central. Un chico sin preocupaciones, que le gustaba jugar al fútbol en el patio de su casa, en el campo del barrio o en octava división.
Vardy ha mantenido la ilusión intacta. Por un problema fuera del terreno de juego en el mítico pub inglés, el jugador tenía toque de queda a las 16H30. Casi ningún problema para cuando jugaba de local y muchos para cuando lo hacía de visitante o a media tarde. Así se forjó su historia, sin horario fijo y con una madre con mucho carácter. La pulsera que llevaba Vardy en su muñeca es la madre de todos nosotros. Cuántos hemos tenido que coger el balón y salir corriendo detrás del grito de madre, sin importar el minuto, el resultado o el rival. Coger el balón y no mirar atrás e intentar no tardar. A Vardy en el fútbol profesional le ocurría lo mismo. Cuentan que hubo una vez que no le daba tiempo y saltó la valla del estadio con el equipaje del equipo. Un clásico, el chaval.
Todavía con esa ilusión, sigue siendo el más rápido de la clase. No levante el pie del acelerador con el balón en los pies y en los últimos metros es demoledor. Rechazado por las categorías inferiores del Sheffield Wednesday a los 16 años, labró su segunda oportunidad, en el deporte y en la vida, escalando en el fútbol semiprofesional – Stocksbridge, Halifax Town y Fleetwood Town- hasta recalar en el Leicester City por ‘apenas’ un millón de libras en 2012, el traspaso más caro de un futbolista no profesional tras proclamarse mejor jugador del año en su categoría con 30 dianas.
Por eso, Jamie Vardy nos representa y para bien. Ha conocido el barro de la Octava división, la pulsera le ha condenado gran parte de su juventud y trayectoria, le rechazaron por ser bajito, fue suplente en Segunda División y un día conoció el éxito. Todos, me incluyo a mí, hemos conocido alguna vez el éxito, ¿por qué no repetirlo? Para cuándo decidáis como y cuando repetirlo, Vardy ya habrá marcado. Y todos sonriéremos. El éxito está en tu mano y tu madre no tiene que gritar más para que espabiles.