Gonzalo DE MELO – Montecarlo, Barcelona, Madrid, Roma y Roland Garros. Europa y la tierra batida. Tierra manacorense, de rey balear y de tradición tenística continental. Buen tiempo, jugando en casa y sobre el polvo de ladrillo. A Nadal, al rey, le gusta; a los demás no tanto.
Es por eso que Rafa debe defender más de 5000 puntos cuando la pelota empiece a teñirse de arcilla en Mónaco. Todo son títulos, excepto la final de Montecarlo. El número 1 jugará en su hábitat natural, pero con una losa cinco veces mayor que los que le quieren arrebatar el trono.
Djokovic, el único con posibilidades reales de arrebatárselo (al menos a corto-medio plazo), defiende 1910 puntos; su discreta temporada en tierra del año pasado le ayuda para sumar un buen puñado de puntos para abandonar la tierra y entrar en el jardín de Wimbledon. El serbio, de hecho, nunca ha ganado Roland Garros. Es el único Grand Slam que le falta en su ya extenso palmarés.
El binomio suizo formado por Wawrinka y Federer, tercero y cuarto del mundo respectivamente, defienden poco más de 1000 puntos en una superficie que, tradicionalmente, les ha quitado más puntos de los que les ha dado. Y, cerrando ya el Top 5, Berdych defenderá 865 puntos.
Ni sumando los cuatro que le siguen la estela alcanzan los puntos que tiene que defender Nadal; un Everest, a priori, para Rafa y una montaña de, como mucho, 2000 metros para los demás.
La mochila de puntos de Nadal pesa. Muchísimo. Pero para los demás pesa más la dictadura de Rafa sobre la tierra batida que las aspiraciones que tienen de recortarle puntos a un tirano que va camino de cerrar una década de dominio total y absoluto sobre ese polvo anaranjado que ciega a los demás e ilumina al número 1.
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