La sensación que puede dejarnos la final de la Supercopa de España es que el Barça desaprovechó una gran oportunidad de tocar metal. Se puso por delante en el marcador en dos ocasiones y el Athletic igualó el encuentro en el minuto 89. Los de Koeman lo tuvieron muy cerca. Sin embargo, a la vez lo tuvieron muy lejos.
El Athletic fue el claro dominador de la final. Los dos goles del Barça representaron dos jugadas aisladas dentro de lo que fue la tónica general del partido, que se jugó a lo que quiso Marcelino. Messi, Pedri, Dembélé y De Jong estuvieron completamente desactivados. También lo estuvo Griezmann, que tuvo mucho acierto de cara a gol pero apenas intervino en el juego.
Es significativo a raíz de qué se produjo el dominio del Athletic. El conjunto bilbaíno no va sobrado de calidad, y menos ante un equipo con más talento individual como el Barça. Sin embargo, Marcelino ha inyectado al Athletic la energía que le estaba faltando esta temporada pero que siempre ha caracterizado al club vasco. Ante el Real Madrid, el Athletic desniveló el partido a partir de la presión y la intensidad. Ante el Barça, la intención fue la misma, y aunque no se tradujo en ventajas en el marcador, se mantuvo ni más ni menos que durante 120 minutos y finalmente obtuvo una recompensa más que merecida.
Este dominio del Athletic a partir de la intensidad deja una lectura global en clave azulgrana que evoca a las noches negras en Europa. Al igual que en París, Turín, Roma, Liverpool y Lisboa, el cuadro culé se vio desbordado por la presión del rival y apenas inquietó la portería contraria. Es difícil saber si esto se produce por una cuestión física, mental o táctica (o una mezcla de todo), pero es evidente que cuando el Barça se enfrenta a equipos que le exigen un ritmo alto, no le da y termina derrumbándose.
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