Los jueves siempre están en medio y el de esta semana era la puerta a una gran fiesta. Estaba Lamine Yamal frotándose las manos porque, con esa mezcla de desparpajo y convicción, ya se había pronunciado. El partido enfocaba a la final de la Nations League, pero como plato extra enfrentaba a los dos nombres que más suenan para el galardón del Balón de Oro. “Yo votaría al mejor jugador del año, pero si os lo queréis jugar el jueves, nos lo jugamos el jueves”. Y Lamine, con un doblete y el MVP, sumó otra exhibición para su colección.
Lo de España ante Francia no lo vimos venir, porque a pesar de que este conjunto ha devuelto la ilusión y ya ha mostrado su potencial coronándose en sus últimas citas europeas, nadie esperaba tal atropello ante todo el talento que aúna el equipo galo. Reinó la vocación ofensiva y Unai Simón volvió a ser determinante. Todas las piezas funcionaron y no manifestaron la nostalgia de las bajas sensibles que ha sufrido el combinado. A los que se visten de nueve les queda bien el traje y los extremos juegan hacia dentro con la portería en la cabeza. Así se gestó el primero de los cinco, con Oyarzabal atrayendo, aguantando y encontrando a Nico. El segundo, con un Mikel Merino que se ha apuntado como fijo a la celebración del gol.
Tras el descanso, el discurso fue siempre el mismo: silenciar a los franceses con un festín. Si pestañeabas, te lo perdías. Hasta que con un 5-1 a favor, España se bebió esa copa de más; la que al día siguiente todos sabemos que sobraba. El subidón fue tan excesivo que España se relajó y la entrada de Rayan Cherki, coincidiendo con la salida de Pedri, cambió el relato. El centrocampista entró al terreno de juego con una carta de presentación exuberante y la intención de firmar la revolución francesa. Le faltaron minutos a Francia. Todo quedó en reducir un marcador que, hasta el último tramo del partido, había sido una obra de arte de la selección. Óleo sobre lienzo. Deberá servirle el dolor de cabeza y la resaca.
España extiende a 19 su racha de partidos invicta y, tras un encuentro demencial, jugará este domingo otra final con la posibilidad de alzar tres trofeos consecutivos. Algo que se está convirtiendo en una costumbre que ni siquiera podían imaginar aquellos que vivieron la prolongada maldición de los cuartos. Desde que saltaron al césped lo tuvieron muy claro: España no quería que hoy cantara el gallo.