La noche prometía samba y terminó en sinfonía bávara. El Flamengo, ese gigante sudamericano acostumbrado a dictar el ritmo, apenas había acomodado la pelota cuando ya estaba 0-2 abajo: primero, un infortunio de Erick Pulgar en propia puerta, y después, la precisión quirúrgica de Harry Kane, que en apenas nueve minutos dejó claro que puede ser letal.
Pero si alguien pensaba que el Flamengo iba a entregar la cuchara tan pronto, se equivocó de continente. El equipo de Filipe Luis, herido en el orgullo, se rebeló con un golazo de Gerson que devolvió la esperanza a la hinchada carioca. Sin embargo, cuando el partido pedía calma, apareció Leon Goretzka con un derechazo desde fuera del área para recordarle al Flamengo que en el fútbol europeo los errores se pagan caros.
La segunda parte fue una montaña rusa emocional. Jorginho, de penalti, volvió a meter a Flamengo en el partido y durante varios minutos la sensación era que el empate podía caer en cualquier momento. El Bayern, lejos de su habitual frialdad, se mostró nervioso y acumuló amarillas como quien colecciona estampitas (cinco en total), mientras el Mengão buscaba el milagro con más corazón que cabeza.
Pero la diferencia, como tantas veces, la marcó la pegada. Cuando el Flamengo soñaba con el 3-3, Kane apareció de nuevo para sentenciar el partido y firmar su doblete, aprovechando un error de Luiz Araújo en la salida de balón. El Bayern fue menos equipo de autor y más máquina de resolver problemas: cada llegada era medio gol, cada error rival una sentencia.
Flamengo se va con la frente alta, habiendo hecho sudar a un Bayern que, por momentos, pareció más humano que nunca. Pero la realidad es que, en el fútbol de élite, el margen de error es mínimo y la jerarquía pesa. El Mengão puso el picante, pero la receta final fue alemana. Ahora, el Bayern se cita con el PSG en cuartos, mientras Flamengo regresa a Brasil sabiendo que, al menos por una noche, hizo temblar a la máquina bávara.