Me he cansado de escuchar, en las películas de catástrofes aéreas fundamentalmente, que un avión puede volar sin uno de sus motores. Incluso sin ambos. Qué disparate. La verdad que no sé nada de aeronáutica, pero si lo dicen, por algo será. La cosa es que también lo he leído y eso ya suena como más fidedigno. Algo de eso era. Lo que no me suena es que un avión pueda volar sin un ala. Eso ya me chocaría más. Quitarle un ala al avión es un acto tremendamente violento y disparatado. A nadie se le ocurriría pensar que un avión sin una de sus alas pudiera siquiera aguantar unos segundos en vuelo. Es tremendamente impactante lo parecido que es el Liverpool de Klopp a un avión, por potencia, por velocidad… Y tremendamente impactante lo que me recuerdan Robertson y Alexander-Arnold a las dos alas de ese aparato.
La cuestión es que el Liverpool, manejado inteligentemente por un piloto de la experiencia y el tino de Jürgen Klopp, ha conseguido elevar este coloso con firmeza y con finura, sabiendo que parte de la culpa de que la máquina pueda volar depende de la capacidad de sus motores, del funcionamiento de sus sistemas de seguridad y del equilibrio de sus alas. Esas alas tienen un puesto clave para hacer que este avión siga conquistando pistas allá donde va. Tanto el escocés Robertson como el inglés Alexander-Arnold se han convertido en dos piezas indispensables para un sistema bien engrasado que bebe de su talento para hacer funcionar el resto de aparataje. Con su juego, son capaces de hacer mejor el vuelo de las personas que deciden subirse al aparato.
Cada uno de ellos tiene sus características, pero las entonan al unísono para hacer al Liverpool un conjunto diferente. Es complicado encontrar hoy en día en Europa un equipo de primer nivel que dependa tanto de sus dos bandas. Los laterales de Klopp tienen la difícil misión de defender, atacar y hacer sistema. Sobre todo, Alexander-Arnold, que conjuga a la perfección un excelente sentido de la expedición por banda derecha con una enorme capacidad asociativa, que genera sinergias con las piezas con las que convive, ya sean Salah, Fabinho, Gomez, Matip o Milner. Su puesto es clave por su sentido del juego, su habilidad para subir una marcha en carrera e, incluso, probar al portero rival con su tiro exterior.
En el caso de la banda izquierda, Robertson coge los mandos con idéntica soltura, aun prescindiendo de la finura para compartir el juego con sus compañeros, entiende que su sacrificio, su inteligencia posicional y su sentido de la responsabilidad hace que el avión no pueda tambalearse. A esas dotes hay que sumarle un pase tenso, preciso y en carrera, que hay pocos futbolistas que puedan igualar. Un envío con la intención -y las opciones- de llegar con claridad a la cabeza o al pie de quien deseé la pierna zurda de Robertson.
De esto beben los Firmino, Mané, Origi o Salah: de la firmeza de esas alas, de su acierto y de sus capacidades en esta aeronave. El ingenio tecnológico que ideó y llevó a cabo hace un par de siglos la historia de la aviación jamás imaginó que daría pie a un artículo como este. Probablemente, yo tampoco lo habría imaginado. Era necesario, no obstante, para hablar de las dos bandas más dominantes en el fútbol actual. De un caso extraño, por completo y perfecto, que ha aparecido en las manos de un piloto inigualable y de una maquinaria bien acondicionada. Dos alas fiables para un aeroplano correctamente armado.
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