La semana pasada,
@SVilarino animaba en Twitter a recordar a aquel jugador que te llamó la atención por primera vez.
A mí me vino el nombre de Míchel a la cabeza, cómo sus centros iban a la de Hugo Sánchez.
La envidia a los seis años se reducía a que tu mejor amigo tuviera en su habitación un póster de Míchel. Los hay con suerte.
El sábado Míchel estuvo a metro y medio de la línea de cal por la que tanto corrió hace más de veinte años. Si fuese en la época actual, el madrileño piensa que no existiría: «Hoy los grandes clubes no tienen problemas económicos, no se ven obligados a tirar de la cantera como nos ocurrió a nosotros», dijo a la Cadena Cope tras el Real Madrid-Málaga. Míchel se benefició, junto al resto de la Quinta del Buitre, de estar en el momento adecuado en el lugar idóneo. Fue el primero en debutar pero el último en subir al primer equipo de forma permanente, cuando ya pensaba en marcharse.
No fue la última vez que quiso irse. En 1989, cuando el Madrid ya tenía atada su cuarta Liga consecutiva,
Míchel se fue del campo sin avisar antes del descanso. La afición le estaba pitando, no le daban tregua ni cuando el equipo ya no se jugaba nada: «Era un día de fiesta y ni ese día me perdonaban. Es como si tu padre te regaña todos los días, y el día de tu boda también», protestó el 8 blanco.
La grada del Bernabéu siempre ha sido de silbido fácil: «Yo me he sentido muy mal al escuchar que el público le dirigía broncas a Juanito, que es un madridista acérrimo. Luego resulta que se va al Málaga, y cuando vuelve al Bernabéu, le aplauden. Me pregunto por qué no le aplaudieron antes, cuando estaba aquí. Porque le hicieron pasar malos ratos», se quejaba Míchel en aquel año 89 en declaraciones a la Cadena Ser. Juanito se tuvo que ir para que le aplaudieran y se tuvo que morir para que corearan su nombre. Aunque Míchel dijo abiertamente que se quería ir, finalmente se quedó. Ganó otra Liga, la quinta seguida, y a punto estuvo de ganar dos más, pero Tenerife se ganó el mote de isla maldita.
El 8 fue un talentoso interior derecho, cuya principal virtud era centrar. Tenía una pierna diestra prodigiosa para convertirse en el rey de las asistencias. Si Hugo Sánchez superó los 200 goles con el Real Madrid fue gracias a que Míchel hacía la mitad del trabajo. No había otro como él.
Hasta hace dos años, cuando fue superado por Messi, era el jugador que más asistencias había dado en la Liga (120 pases de gol). Pero la pierna izquierda no la tenía sólo para apoyarse al bajar del autobús. Era capaz de poner un centro medido con la derecha o de recortar hacia dentro y disparar con la zurda.
130 goles en 558 partidos no están nada mal para el que se encargaba de darlos.
Tuvo problemas con parte de la prensa, a los que dedicó el célebre «me lo merezco» en el Mundial de Italia 90. Entendió las críticas como algo personal y no sólo porque no se esforzara demasiado en tapar las subidas del lateral contrario. En diciembre del 94, Míchel sufrió una grave lesión de ligamentos de la rodilla. Volvió para jugar su último año de blanco. Se marchó llorando y besando el césped en su último partido, en el que marcó dos goles. Se fue un año a jugar con Butragueño y Hugo Sánchez al Atlético Celaya. Fue una transición a la retirada de un jugador de época, cuando se jugaba por banda y se centraban balones aéreos. Si Míchel jugara hoy, que los extremos juegan a banda cambiada para buscar el tiro más que el centro, él seguiría yendo por el carril del 8.
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