El reencuentro con las competiciones europeas ha supuesto un baño de realidad para los equipos españoles. Goleados en casa Barça y Real Sociedad, reducido el Sevilla en su Sánchez Pizjuán por Erling Haaland, solo Granada y el Villarreal, en la Europa League, mantuvieron alto el orgullo de los equipos de LaLiga Santander. Conviene hacer una lectura reposada de lo que está ocurriendo. Pero conviene hacerla y no dejarlo pasar.
Para empezar, aviso que no utilizaré este texto para hacer una lectura catastrofista. Porque entre otras cosas no creo que se ciña a lo que estamos viviendo. No es una situación dramática, el Sevilla viene de ganar la Europa League, el Atlético compitió bien en Champions la pasada campaña y la selección que dirige Luis Enrique, aunque le falte regularidad todavía, dibuja para el futuro próximo situaciones esperanzadoras.
Pero es cierto también que hace tres años que ningún equipo español llega a la final de la Champions, que hace mucho tiempo que el Barcelona (pese a ser siempre competitivo en LaLiga) recibe goleadas sonrojantes en Europa y que la selección española se debate entre caer eliminada en la fase de grupos o hacerlo en la primera eliminatoria de la fase final. En definitiva, que se ha perdido ese respeto casi reverencial que se tenía a los equipos españoles a inicios y mediados de la pasada década en el resto del viejo continente.
¿Cuáles son las causas? Me parece que es claramente un error exponer solo un argumento porque estamos hablando de un problema que tiene más de un padre. Es innegable que la fuga de talentos del nivel de Cristiano Ronaldo o Neymar ha herido de manera grave a la salud competitiva de LaLiga. Y aquí hay que sumar que el producto futbolístico D.O. España ha bajado de manera incontestable. Es natural que no nos podamos comparar ahora a una generación que aglutinó a Casillas, Valdés, Ramos, Puyol, Piqué, Xavi, Xabi, Iniesta o Villa. Si los mejores jugadores se marchan a otras ligas, se retiran o se van haciendo mayores (deportivamente hablando) el nivel general de exigencia baja, obviamente.
Tampoco ayuda que algunos de los mejores entrenadores, que en su día sí tuvo LaLiga, hayan elegido otros destinos. Pep Guardiola, Carlo Ancelotti o José Mourinho, que se decidieron por la Premier League, han rebajado con su marcha, la calidad media de los entrenadores del campeonato español. A esto hay que unir que si antes España le sacaba ventaja a la mayor parte de países también en cuanto a cantera de entrenadores, esa distancia se ha ido reduciendo peligrosamente. Poco a poco, influidos por la ya denominada ‘Escuela alemana’, ha ido apareciendo en el centro de Europa una corriente de técnicos muy preparados, a los que hay que sumar jóvenes técnicos portugueses, italianos e incluso ingleses que están mostrando que su capacidad no deja de crecer.
Estos días se ha puesto mucho el foco en las diferencias a nivel físico entre Barça y PSG, por una parte y entre Sevilla y Borussia Dortmund, por otra. Me parece que es equivocar un poco el tiro. Entre otras cosas porque no me parece, por ejemplo, que Sevilla y Dortmund estén tan lejos en ese aspecto. A un equipo que tiene a Diego Carlos, Koundé, Fernando, En-Nesyri, Jordán o Luuk De Jong le pueden ganar por muchas razones, pero hay que hacer muchas pesas y tomar muchos batidos de proteínas para superar a los de Nervión en potencia física. Yo lo atribuiría más bien al ritmo de juego. En Europa se juega a otro ritmo, especialmente en la Premier y la Bundesliga. Se intenta mantener la excelencia técnica sin que ello conlleve bajar las revoluciones de las acciones. Y conseguirlo es, según lo veo yo, lo que marca la diferencia. De hecho, se comete el error de asumir que jugar con el estilo con el que jugaba el Barça, y que ha influido en tantos equipos aquí, conlleva hacerlo a un ritmo bajo. Yo invito a los que lo piensan a que se pongan partidos de Busquets, Xavi e Iniesta, en sus mejores tiempos, o de Modric y Kroos en las finales de Glasgow o Kiev. El balón volaba, no había piernas que detuvieran aquello. Llevaban la iniciativa y jugaban a un ritmo altísimo: el problema no era el físico.
Igual que no tiene sentido ponerse apocalípticos, negar la tendencia sería ponerse una venda en los ojos. Hecho el diagnóstico, toca poner las bases para revertir la situación. Y esta vez, la chequera no será cómplice, porque las arcas de la inmensa mayoría de clubes españoles están más vacías que las discotecas en esta época de pandemia. Esta vez va a tocar ponerse creativos y trabajar a destajo para encontrar soluciones. No será fácil, pero no es imposible recuperar parte del terreno perdido en estos últimos años.
Imagen de cabecera: David Ramos/Getty Images.
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