Qué revueltos suelen ser los choques en la capital del Turia cuando el Real Madrid
se aproxima por allí. No siempre son duelos igualados, – es difícil olvidar a
Unai Emery exclamando “¡pasillo para todos!” – bonitos o trascendentales. Hay
de todo en la viña del señor. Pero la orquesta valenciana y el aroma a
Champions que desprendía el horario y el ambiente, obligaban a pensar que este
iba a ser un tremendo partido. Un clásico más de La Liga.
Zinedine
Zidane decidió reubicar por fin al hombre que sustentó los sistemas que le
colocaron en el olimpo, a la vez que este ascendía de la mano: Carlos Henrique
Casemiro. Con el invariable 4-4-2 valencianista era menester que las
habilidades del carioca extorsionaran a los locales, a sabiendas que Rodrigo,
Gonçalo Guedes y Carlos Soler aman pasearse por la zona de tres cuartos Su mera
presencia suele ser disuasoria, pero al trío valencianista no le gusta los
toques de queda. Aman desafiar a la autoridad.
Los
anfitriones, por su parte, también están en tarea de reanimación con el propio
Guedes. A su falta de velocidad en los últimos meses se le debe sumar su
evidente carencia de confianza. En Mestalla le tocó bailar con Álvaro
Odriozola, un lateral afianzado en cualquiera de los variopintos sistemas
blancos del año. Y eso es mucho. El ex de la Real Sociedad fue de lo poco
salvable en un choque que debía renacer a los demás, no a él. Si algún medico
llegó al coliseo valencianista tratando de rescatar a alguno del colapso de
temporada tuvo que decir: “¿Y ahora a quién rescatamos?” Nadie lo sabe.
El
encuentro, en el primer acto, no llegó a coger mucho vuelo, pero sí atisbaba lo
que podía deparar. El partido se cocinaba en un bloque medio de los anfitriones
– que era alto cuando un futbolista de los de la capital estaba de espaldas –
en el que los blancos movían el balón de un lado al otro; normalmente para
acabar centrando a un área muy bien protegida por el Valencia. La idea de los
de Marcelino era tratar de agarrar a su rival despistado en alguna pérdida o en
las pobres transiciones defensivas de los madrileños. Esperar el error.
Sin
embargo, el gol de patio de colegio de Guedes – por su engaño al portero,
diciéndole a Keylor con el cuerpo que su disparo iría a la derecha para chutar
a la izquierda- fue el acicate para controlar un duelo que tuvo muchas fases,
travieso como él solo. Dani Parejo, de repente, volvía a entrar en contacto con
la pelota y el Valencia disfrutaba. Además, también corría con buenos
movimientos de fuera hacia dentro de Rodrigo, con Soler activándolo con balones
a la espalda de los zagueros visitantes. Los blancos no las veían venir.
El
inicio del segundo acto trajo consigo un planteamiento conservador del Madrid,
tratando de darle hueco a Karim Benzema para venir a recibir, lo que le aseguraba
posesión, pero le restaba a la vez presencia arriba. Zidane, decidido a cambiar
el sino del encuentro, introdujo a Isco como interior y a Gareth Bale en la
izquierda, dejando a sus extremos a pierna natural para encontrar espacios en el
muro local, ya de forma desesperada.
El
Valencia edificó su triunfo en el tremendo trabajo defensivo de sus centrales,
doble pivote e incluso de los extremos que entraron en los minutos finales. El
Madrid, por su parte, viajó al pasado para recordar su versión más pobre y
pusilánime sin llegar a poner a prueba nunca a Neto, solo para que recogiera la
pelota del fondo de las mallas cuando Ezequiel Garay ya había hecho vibrar a
Mestalla como en las grandes noches. Esta vez no hubo pasillo.
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