Todo jugador aporta un legado al fútbol. Entre sus actuaciones se encuentran jugadas relevantes que reposan en el recuerdo de aquellos que vivieron con emoción esos instantes. El legado de Andrés Iniesta es de valor incalculable. Su aportación a la historia del fútbol trasciende más allá de goles, pases y recuperaciones. Su magia, su manera de entender el juego y controlarlo, su personalidad y su entrega. Una suma de factores que forman un jugador distinto, de los que quieres que no agoten sus minutos y sean eternos.
Iniesta fue el gran protagonista de la final de Copa. Al gran partido que realizó el Barcelona, se sumó la connotación de la emoción de una despedida que parece anunciada. Andrés ejecutó 88 minutos brillantes, un auténtico recital en una noche donde el capitán del Barça puso toda su luz. Otra exhibición de su calidad, que además completó con un gol para colocar el broche a su magistral actuación. La ovación a Andrés en el cambio se prolongó pasados los minutos y se expandió hasta la celebración del título. Una muestra de cariño por parte de la afición, que emocionó al propio héroe de la noche y ocasionó un nudo en la garganta a muchos presentes. En los ojos de Andrés, en un instante que aglutinó tanto sentimiento, pudo verse reflejado su amor por los colores del club que le ha visto crecer, su
honestidad y compromiso. También en ellos se evidenció lo que significa Iniesta para el fútbol.
Hay jugadores que eliges y marcan tu vida, que dejan el listón tan alto como para creer que en la historia futbolística que vas a vivir, no vaya a existir otro como él. Andrés es el jugador. La combinación de talento innato y humildad. El elegido para que las grandes citas premien su valor. El futbolista que traslada sus virtudes como persona al terreno de juego. El mago que reparte las cartas para que los trucos en el verde sucedan con éxito.
Los niños deberían desear vestir con el ocho, hacerse dueños de la medular sin pensar tanto en ejecutar el gol. Darle el mérito que merece a ese último pase, a la construcción de la jugada, a ser el encomendado para marcar el ritmo y la pausa que el juego exige en cada tramo de un partido. Y deberían querer ser como Andrés para que la modestia acompañe sus carreras, para que les defina el mismo sentimiento de ilusionarse por lograr los objetivos, y de sentirse abatido cuando éstos no se alcanzan y requiere levantarse una vez más. El significado de la victoria y la derrota.
Andrés siempre mostró una apariencia de timidez, pero la salida de Xavi Hernández le exigió dar un paso al frente para ser el líder de un conjunto que, temporada tras temporada, parte con las máximas aspiraciones. En un entorno donde puede resultar tan difícil trasladar valores, el manchego es de aquellos futbolistas que sigue respirando la esencia del fútbol y la contagia con la misma facilidad con la que mima al balón. El capitán que tomó el mando lejos del protagonismo, a pesar de su peso en las memorias de este deporte.
El tiempo nos quiere engañar, caprichoso. Mientras Andrés pierde en su rostro esa niñez que exhibía en La Masia, su talento sigue retenido por unas botas que dibujan un fútbol de ensueño. Resulta contradictorio decir adiós a este nivel, lejos de ser obsoleto. Salir por una puerta que se hace tan ingente, imposible de cerrar. 16 temporadas en el primer equipo y 31 títulos –confirmados- no pueden resumirse con letras, ni cabe gratitud suficiente. No pueden sintetizarse todas esas escapatorias indescifrables con el balón en los pies, la sensación del significado del gol en Stamford Bridge que llevó a los azulgranas a jugar una final en Roma, la emoción que desata el gol que otorgó el primer Mundial a un país ilusionado, ni la nostalgia que despierta el tanto que anotó en la que parece ser la última final de una vida teñida de azul y grana.
No concibo como va a entenderse el fútbol sin Andrés, ni cómo va a cubrirse una ausencia tan ineludible. Ni dónde almacenaremos tantos recuerdos que ha rubricado con su sello. Andrés es un poco de todos. Todos le sentimos nuestro. Es de Fuentealbilla, de Barcelona, de todo un país que le aplaude en sus estadios. De todos esos kilómetros y continentes que, a través del esférico, conforman el fútbol.
En la película ‘El club de los poetas muertos’, el profesor Keating muestra la importancia del legado con el lema de carpe diem. Un líder que traslada otra visión a sus alumnos, como Iniesta nos enseñó a contemplar el fútbol desde otra mirada. No hay reconocimiento para su liderazgo, por ser equilibrio con el balón y sin él, por impregnar al mundo del fútbol con su sencillez, tan antagónica a su trascendencia como jugador. También me pongo en pie para despedirte: ¡Oh capitán, mi capitán! Hay jugadores que eliges y marcan tu vida, y el mío fue Andrés Iniesta.
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