Neymar es un malabarista, el fútbol callejero, la fantasía, la expresión artística, un custodio de la pelota. También es decepción, el alimento de los haters, una esperanza rota. Ahora vuelve al Santos, a casa. A las calles que fueron testigos de su flechazo con el balón para crear una relación que, a pesar de tener sus mejores y peores momentos, ha mostrado lo mejor de cada parte.
Ney regresa a aquel club que lo descubrió, con el que protagonizó todos aquellos vídeos virales con piruetas y trucos inexplicables que todavía nos siguen asombrando a día de hoy. Como aquella película fascinante que no nos cansamos de ver una y otra vez y que, a pesar de saberla de memoria, nos sigue seduciendo.
Su salida hacia Europa le otorgó el gran grueso de su palmarés. En Barcelona formó parte de un tridente inolvidable que significó mucho más que una simple cifra de goles. En París avanzó su madurez y su liderazgo y se transformó en un jugador más completo, alcanzando grandes momentos de forma que podían acercarle al pesado cartel de mejor futbolista; alejado de los tiempos reinados por Messi y Cristiano a los que nadie podía hacer sombra. En Arabia Saudí su presencia fue sencillamente fugaz.
Neymar ha errado en muchas ocasiones con su manifiesta imperfección. No es un pretexto para negar lo evidente: que el fútbol en sus botas acontece con una facilidad pasmosa. Ese talento y explosión de creatividad generó una exigencia a la que, debido al lastre de sus lesiones, no pudo responder. Algo que nos hará mantener una duda eterna sobre aquello que pudo ser y que nos permite afirmar que su carrera quedó en menos de lo que ya vaticinaba con los alvinegros.
Tras la anticipación de Marcelo Teixeira, en su Brasil natal ya le esperan con los brazos abiertos. Deseosos de reencontrarse con ese futbolista entusiasta que siempre se atrevió a dejar fluir su imaginación en el rectángulo para ofrecer algo más que fútbol. Un menino impredecible y divertido, capaz de bailar en una baldosa con el cuero pegado en los pies. Es hora de volver a casa. Regresar allí donde, simplemente, fue feliz.
