Mirjana Lucic-Baroni parecía tener el futuro del tenis en sus manos cuando alcanzó en 1999 las semifinales de Wimbledon con 17 años, pero para entonces su cabeza ya escondía un tenebroso pasado que acabó por explotar temporadas después.
La croata jugó desde 2003 a 2010 apenas tres partidos en el circuito profesional. Estaba hundida. «Un día contaré una larga historia sobre lo que me pasó», dijo hoy entre lágrimas la jugadora de 34 años después de escribir la página más importante de su vida, la clasificación a las semifinales del Open de Australia.
Sin embargo, aunque asegure que todavía tiene aspectos del pasado por revelar, su historia, una oda a la superación, tampoco es un secreto en el mundo del tenis.
La croata huyó de su país en 1998 junto a su madre y sus hermanos para escapar de los maltratos físicos y psicológicos de su padre. Marinko Lucic, que había sido decatleta olímpico y que fue el que la introdujo en el tenis, siempre lo negó: «Nunca utilicé fuerza excesiva, y si le di un cachetazo ocasional fue por su comportamiento».
Esos episodios dejaron una herida en el interior de Lucic-Baroni que nunca llegó a cerrarse del todo. De hecho, se abrió con el paso del tiempo. «El estrés y el temor por su padre tardaron en llegar y un año después de Wimbledon 1999 ya estaba fuera del ‘top 100′», escribió esta semana The New York Times.
La croata desapareció prácticamente entre 2003 y 2010 y no jugó ningún Grand Slam entre Roland Garros 2003 y el US Open 2010. Se dedicó a jugar las fases previas de torneos menores mientras libraba una lucha judicial con la agencia que la representó durante su ascenso, IMG. El litigio, de acuerdo a medios estadounidenses, todavía sigue abierto. Su carrera, que la vio en el número 32 del ranking con sólo 16 años, parecía acabada. Pero ella no tiró la toalla.
Mirjana Lucic-Baroni celebra emocionada su pase a semifinales en Australia | Clive Brunskill/Getty Images
«Tenía la opción de hundirme o recuperarme y crecer. Elegí la segunda opción y estoy muy orgullosa de mí y de mi familia, de haber dejado eso atrás. No dejé que me destruyera. Fue difícil, sí, pero creo que uno siempre tiene la opción de elegir».
Tras su regreso, la jugadora consiguió poco a poco los resultados que esperaba y en 2014 ganó el tercer título de su carrera, el primero en 16 años y cuatro meses. «Mi fisio me llama ‘la bestia’ por lo duro que puedo entrenar», asegura.
Ahora, en el Open de Australia, está de vuelta a los primeros planos del tenis. Nada más ganar a la checa Karolina Pliskova por 6-4, 3-6 y 6-4 en cuartos de final, la número 79 del ranking se besó el rosario que le colgaba del cuello y rompió a llorar.
«Nunca me imaginé estar aquí. Estar en semifinales es genial para cualquier jugadora, para mí es abrumador. Es perseverancia, es ignorar todo y seguir adelante. Hay que seguir, hay que seguir cuando las cosas no salen. Eso es la perseverancia y eso es lo que me ayudó a estar aquí ahora. Volví porque sentía que mi historia no había terminado en el tenis», indicó Lucic-Baroni, que tomó su segundo apellido tras casarse en 2010 con Daniele Baroni. Con él, que regenta un restaurante italiano, vive en desde entonces en Sarasota, Florida.
Y tanto: mañana se medirá a Serena Williams, campeona de 22 Grand Slam, por un lugar en la final de Australia. La estadounidense es una de las deportistas más ricas del planeta. Lucic-Baroni, en cambio, no tiene ni siquiera un contrato con una marca deportiva. Así, vistió ropa de diferentes firmas a lo largo del torneo.
«Hace mucho, mucho tiempo, que no tengo contrato. Me pongo lo que más me apetece cada día», señaló Lucic-Baroni. Clasificada a semifinales, la croata ya se aseguró de momento unos 640.000 euros, casi el doble de todo lo que sumó en 2016.