Reflexionar acerca del Clásico a seis puntos del Real Madrid y con las ocasiones de Neymar y Messi aun rondando en la cabeza se antoja, cuanto menos, complicado. Las oportunidades fallidas, los tres empates consecutivos, la inexorable pérdida del estilo y las gotas de agua golpeando sobre mi ventana no ayudan a convertir esta melancólica tarde de sábado en esperanza y positivismo.
El partido ante el Málaga evidenció una falta de pegada, quién podría llegar a pensar en este problema con los tres monstruos de ataque; la salida a Anoeta una preocupante ausencia de ambición, más si cabe conociendo el mal fario del escenario; y el gol de Sergio Ramos no ha sido un vaso, sino todas las reservas municipales de agua de Barcelona sobre nuestros gélidos rostros. Y todos los condicionantes puestos en la misma ecuación han despejado la misma incógnita: Andrés Iniesta.
La primera parte del partido fue gris. Ambos equipos, conscientes de lo que se jugaba cada uno, no quiso arriesgar en demasía y la intensidad del encuentro impedía la libre circulación del mismo. Demasiadas faltas, muchos errores en el pase y ninguno de los 22 estuvo especialmente brillante. Si un equipo mereció adelantarse en el primer acto, ese fue el Real Madrid. Y tal vez lo habría hecho si Clos Gómez hubiera castigado los errores de Mascherano, disimulado e inteligente en sus acciones, consciente de la magnitud del choque.
En la segunda mitad pasaron cosas. Muchas. El Barça marcó cuando menos merecía hacerlo, obra de Luis Suárez, tres temporadas consecutivas marcándole al eterno rival, y no lo hizo cuando más mérito realizo para sentenciar El Clásico. Entonces, se encendió ese chip en el sistema de Sergio Ramos cuando todo parece perdido. No sin precederle el de Arda Turan, pasado de revoluciones desde su ingreso, y a la postre diferencial. Una vez la fechoría estaba hecha, Modric solo tuvo que firmar uno de los muchos papeles que sella en la oficia a diario, algo rutinario, un centro medido, y el camero consumar la jugada. Un empate con aroma a victoria en la capital y a derrota en la Ciudad Condal.
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¿Y ahora qué? El Barça está a seis puntos, sí, y solo se han jugado 14 jornadas. No hay nada perdido, claro que no. Y tirar la toalla no está en el libro de estilo de este club. Pero como diría Guardiola, es cuestión de feeling. El equipo parece demasiado supeditado a la MSN, el centro del campo, lugar de otrora gloria, parece desubicado, perdido, inexistente. Y en un estilo de juego con el del Barcelona, probablemente el más efectivo, dogmático y ortodoxo de la última década, es la peor de las derrotas. La defensa culé no está preparada para un intercambio de golpes, los tres delanteros para ayudar constantemente en defensa y los centrocampistas disfrutan con la pelota, no detrás de ella. El Barça no puede vivir de contragolpes e individualidades, esa no ha sido la receta del mayor éxito de la historia del club.
Sí, ya sé que aún queda Andrés Iniesta. Y es tan bueno que en 20 minutos tapó todas las carencias del equipo y mejoró a todos y cada uno de sus compañeros sobre el terreno de juego. Gracias a Andrés, Neymar y Messi, de hecho, tuvieron la sentencia en sus botas. La solución parece sencilla. Volver a dominar los partidos desde la posesión, recuperar la presión letal tras pérdida, en campo contrario y utilizar el juego de posición como elemento diferencial. Y Messi, siempre Messi. Lo que no impide explotar otras armas como el contraataque y el balón parado, como recurso.
No es momento de matar a ‘X’ jugadores, al entrenador, cambiar el estilo o correr un halo de pesimismo, sino trabajar, creer y apoyar al equipo. Todos juntos. Más se perdió en Cuba, y en Anoeta, recuerden, a principios de 2015, un equipo que parecía sentenciado y culminó el año con triplete. Y prácticamente la misma alineación del Clásico, en la final de Berlín.