La primera participación de Gael Monfils en una Copa de Maestros ha sido tan efímera como preocupante. Algunos dirán que es algo que se veía venir. Otros, que denota un paso atrás tras la cierta regularidad alcanzada en 2016, su mejor temporada hasta la fecha. Lo cierto es que el galo se va de Londres con el casillero de victorias vacío y retirándose por una lesión de su partido ante Novak Djokovic, el último encuentro de un round-robin en el que muchos le daban opciones de avanzar a semifinales pero del que ha resultado apeado con mucha contundencia.
Lo acontecido en la capital británica sólo consigue reforzar la clásica imagen de Gael Monfils como tenista que no rinde bien en las grandes citas. Así lo muestra su palmarés. Cuenta con seis títulos -el de mayor prestigio, el logrado este curso en Washington-, pero podría haber llegado mucho más lejos. Ha perdido hasta 19 finales, incluyendo tres de Masters 1000, aunque es cierto que fueron ante rivales, en principio, superiores a él, como Djokovic, Soderling o Nadal.
El caso de Monfils es el de un jugador totalmente impredecible, del que puedes esperar que barra de la pista a Federer o que monte un espectáculo lamentable en unas semifinales de Grand Slam, como ocurrió hace apenas dos meses en el US Open ante Djokovic. Peligroso como nadie cuando no se habla de él, el francés no sabe convivir con los elogios o con los focos. No es un jugador de Copa Masters. Se ha ganado estar ahí, sí, pero quizás otros jugadores, con una mejor mentalidad, podrían haber realizado un papel más digno. Podría ser el caso de su sustituto Goffin o de su compatriota Tsonga. Por no hablar de los ausentes Federer y Nadal.
Londres pone fin a la mejor temporada de Monfils como profesional. Un arranque de año fantástico, alcanzando los cuartos de final de cada gran torneo hasta el mes de mayo -algo impensable en un jugador de ráfagas como el francés- le catapultó de vuelta a los puestos de honor, ratificando su regreso al top-10 con su título en Washington y sus semifinales en el último major del curso, en Nueva York. Pero desde entonces, nada. No ha vuelto a brillar con en los dos primeros tercios del año y le toca un invierno de cierta reflexión.
¿Y qué se puede esperar de Gael en 2017? Ciertamente, ni él lo sabe. Lo que salga. Pocos apuestan por la continuidad del francés dentro del top-10, con los retornos de Federer y Del Potro considerados lógicos y los ascensos de jugadores jóvenes como Kyrgios o Zverev en el punto de mira. La tarea de defensa de puntos del parisino será dura ya desde el Open de Australia. Cierto es que, con su condición de número 6 del mundo, tendrá cuadros no excesivamente complicados -como sí tuvo en 2016-, y eso le puede facilitar el trabajo, pero no debe volver a caer en la espiral de la irregularidad.
Monfils es, además, el mejor francés en el ranking ATP -lo cual, en la mejor generación gala de la historia, tiene mucho mérito-, y, por edad, debe ser el líder a corto plazo del tenis galo hasta que el joven Pouille, sensación del final de 2016, coja el relevo. Debe ser una cierta transición entre la época de los Tsonga y Gasquet hasta que Pouille sea el nuevo referente. Pero lo cierto es que, por muy carismático que sea Monfils y por muchas pistas centrales que llene cada vez que juega en Francia, tiene poca credibilidad en las grandes citas. Cada vez que los focos le apuntan, no da la talla. Londres lo ha vuelto a confirmar.