Hubo una época en España en la que la Premier League solo se podía ver por Televisión Española. No hay nada que me pueda hacer más feliz que asegurar eso, porque ya puede equipararse con el clásico “nosotros solo veíamos un partido a la semana” de nuestros padres. Desde bien pequeños deseamos saltar a la siguiente etapa: de niños ansiamos ser adolescentes y de adolescentes soñamos con formar una familia hasta transformarnos en ese señor que se pone vino por las noches y que exclama que “el fútbol antes era mejor.» En definitiva, con contar historias sorprendentes y sentirte superior moralmente.De la Premier podíamos ver muy pocos partidos en 2009, solo aquellos que nos comentaban José Manuel Díaz y Petón con tremenda ilusión, al contrario de la infinidad de opciones para visualizarlos en la actualidad. Bueno, tenías la opción de enfangarte en la Deep Web de páginas que te invitaban cordialmente a una cita con una señora a unos pocos kilómetros por ver un Bolton-Portsmouth; sin hablar de los troyanos que acechaban a tu ordenador. Pero eso solo era para los más valientes.
Estamos, y no nos damos cuenta, a un paso de saltar al siguiente ciclo: la de aquel fútbol que no tenía VAR. Dentro de unos años los pequeños que ya tengan uso de razón no comprenderán el balompié sin esa herramienta que en nada asumiremos definitivamente. Porque eso es la historia: esa sucesión de hechos que se repiten y que luego la edulcoramos con nuestra versión a los más pequeños, jurando que lo que nosotros vivimos era mucho mejor. Eso siempre. Antes llovía mejor y se jugaba mejor al balompié, aunque el central pudiera cederle la pelota a su portero las veces que él quisiera o los céspedes estuvieran impracticables.
2009 ya está muy lejos, le pese a quien le pese. Sunderland y Liverpool se citaban en uno de esos dos encuentros semanales que retransmitía TVE. Todo normal. En el Stadium of Light la gente comenzaba a acostumbrarse a la ruidosa hinchada visitante, que cantaban sus canciones sin cesar. Hasta que un niño de 16 años, en su interminable ingenuidad, decidió lanzar un balón de playa que le había caído por sorpresa. Esa eterna alegría de la mocedad se transformó en una pesadilla, en un machetazo justo a lo que más amas; parecido a cuando te dejas las llaves de casa y te sorprendes de tu propia seguridad porque no puedes entrar. Aunque esto iba a ser mucho peor.
Aquel balón iba a ser histórico. He decidido no buscar la grabación de ese mítico dúo que formaban los comentaristas; no por falta de interés sino porque a los próceres, a los grandes, es mejor dejarlos descansar en ese baúl que se llama inmortalidad. Recuerdo su sorpresa, igual que la de todos, cuando el disparo del sempiterno Darren Bent golpeó justo en la pelotita lanzada por la gente del conjunto rival. El rebote dejó a Pepe Reina fuera de su lugar y el Sunderland celebraba el único tanto del encuentro. Ni el mítico Tittyshev, aquel aficionado que saltó al campo a jugar y que marcó un gol en fuera de juego, podría haber hecho más. O, en este caso, menos. Los reds iban a perder con esa carambola ilegal. Y nadie iba a poder cambiarlo.
Nuestros padres, cada vez que nos veían cerca de un acontecimiento deportivo con un balón ya nos avisaban: “LA PELOTITA”. Con grito incluido. Callum Campbell, así se llamaba el chico, no recibió esa advertencia. Y lo pagó caro. Semanas más tarde, habló para el Mirror: “Cuando llegué a casa fui al jardín y vomité. Estaba físicamente enfermo, y eso fue antes de que las amenazas de muerte comenzaran a aparecer en Internet al día siguiente.”Aquel día, afortunadamente, no existía Twitter. Campbell no ha vuelto a exponerse. Quizás, con la copa de vino en la mano, ya simplemente solo tenga ganas de charlar con sus nietos sobre aquella tarde que provocó la derrota de su Liverpool por esa maldita pelotita; algo que con el VAR ya no volverá a suceder. Espero que muchos lo vivierais para que, en unos poquitos años, podáis contar, exagerando, lo de aquel atardecer en el Stadium of Light. Porque así será siempre la vida: nada volverá a ser como antes. O eso dirán siempre los mayores.
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