Hay partidos que suponen el innegable punto de inflexión en la carrera de un futbolista. Seguramente el estrepitoso 4-0 del Man City al Real Madrid sirva para elevar a escritura pública la consagración de Rodri Hernández como el de un mediocentro total. No es un centrocampista al uso, es un fagocitador. Pilar, tótem y muro. Hace una semana en el Bernabéu ya pisó fuerte, en el Etihad directamente rompió el tablero.
A un mes de cumplir 27 años, el pivote madrileño firmó una exhibición de un calibre descomunal. Rodri limpió, fijó y dio esplendor. Real Academia de la contundencia, hogar del criterio. Ese mozo -ex Villarreal y Atleti– regala el equilibrio al jeroglífico que hace meses dibujó Guardiola en su cabeza. Su mapa de calor ante el Real Madrid fue una vitrocerámica. Ancla y motor de una medular de lujo. Galvanizador de un elenco de metales preciosos. Sostén de peso, escoba de tronío. Rodri es casa.
Es un pelotero que lidera desde un físico descomunal y una inteligencia táctica envidiable. Hubo un momento en el que miró a Modric, Kroos y Valverde, como te miraba tu madre cuando le mentías. Con la suficiencia propia de quien sabe que ostenta una jerarquía y una autoridad que le viene conferida de forma expresa por su ilustre jefe, un Guardiola que antes de ser entrenador vanguardista fue regista y ecualizador del Campeón de Europa (1992). 30 años después de Wembley, Rodri está a un partido de lograr lo mismo que su patrón.
La historia de la Champions League se nutre desde hace años a base de glosar a los héroes, escribir cuentos y narrar las épicas, sí, pero también se construye idealizando a los monstruos y a determinados animales mitológicos. ‘Godzilla’ es uno de ellos, es un gigante, es español y se apellida Hernández.
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