El Barça creía que el Bayern era el Coco. Aparecía en sus dormitorios cuando no podía dormir. Metía la cabeza debajo de la sábana con los ojos cerrados y tiritando, rezando para que no le encontrara; como si el bulto de su cuerpo no fuera evidente. El conjunto alemán le pasaba por encima. El Barça no le ganaba un partido desde 2015, a goles de Messi y Neymar. El destrozo sucedió en 2020 cuando el Bayern arrasó con ocho goles a favor y dejó al Barça totalmente noqueado. Aquella noche, Hansi Flick estaba sentado en el banquillo local. Él era el villano, aquella criatura que había sembrado el pánico.
Lo de este Barça, justamente el de Flick, no es un espejismo. El técnico cogió papel y lápiz y empezó a apuntar todos sus temas pendientes. Su convicción es tan inquebrantable que no necesitó mucho más. Cosió este Barça con cuatro trapos, mientras algunos cogían las telas más brillantes y decoradas. Muchos de sus retales estaban amontonados donde nadie los veía, otros parecía que nadie los quería. Hilo y aguja.
Sabía Flick que tenía un montón de críos sentados en el vestuario aprendiendo a atarse los cordones. Se sacó del bolsillo un puñado de caramelos y carantoñas para ganarse a todos ellos. Elevó su osadía y su alegría para que ambas virtudes corrieran por el terreno de juego junto a su talento. Sabía que el bueno de Raphinha se dejaba el alma y el corazón en el terreno de juego y creyó en esa voluntad imprescindible para impulsarle tan alto como para que el brasileño baile samba y esté transitando por el mejor momento de su carrera. Sin duda, uno de los jugadores más mejorados en su versión del juego. No hay nada como sentirse querido. Sabía Flick, antiguo entrenador de Lewandowski, que el polaco atesoraba el gol como parte de su ADN. El más viejo de la plantilla tomó su pócima rejuvenecedora y lleva 15 goles hasta la fecha. Flick sabía muchas cosas.
Así volvió el Barça a vencer al Bayern casi diez años más tarde, tras seis derrotas consecutivas. El equipo dirigido por Vincent Kompany se puso en modo apisonadora tras el precoz tanto de Raphinha, pero esta vez el equipo no hizo aguas. Nadie se escondió debajo de la sábana. Le aguantó y compitió. Tiró de electricidad, confianza y eficacia para endosarle cuatro goles. Así volvió el Barça a ilusionar a su parroquia, con un sentimiento que se había esfumado por completo. El Coco cambió de bando, dejó de ser villano para convertirse en héroe y el fútbol volvió en su máxima expresión.