-Cuénteme, ¿qué significa eso que tiene tatuado en la pierna? –señala el doctor con el dedo a la pierna del paciente que yace sobre la mesa de operaciones, esperando a que haga efecto la anestesia.
-“Llevo mi nombre con orgullo, vivo la vida, sé que Dios está a mi lado y amo a mi familia” – enuncia el hombre ya más dormido que despierto.
Cuando por fin hace efecto la anestesia empiezan siete horas de lucha ardua, de avance frenético, como si de un ataque constante a portería contraria se librara entre la cuchilla del bisturí y la masa a extirpar. Empiezan entonces las horas más largas en la vida de Jan Zimmermann.
Zimmermann es portero del club FC Heidenheim. Habitual en la portería del equipo del sur de Alemania tiene que dar las gracias a las casualidades y al equipo médico del club. En un partido contra el St. Pauli, Jan choca fuertemente contra el delantero contrario, Ante Budimir. El guardameta poco después pide el cambio, el dolor de cabeza es insoportable y el golpe le ha dejado mareado y tiene que ser sustituido. Sufre una conmoción cerebral –es el primer diagnóstico ya en el vestuario-. Sin embargo, al día siguiente, el médico del Heidenheim pide una resonancia magnética, y es entonces cuando Jan descubre que dentro de su cabeza hay más que una contusión o un golpe: en la parte posterior del cerebro tiene un tumor. Benigno. Pero un Tumor.
Retiran la piel y la dejan colgando en la nuca, sierran la calavera y atacan, atacan como el equipo que tiene la pelota y asedia la portería del rival, asedia como el central que recupera balones en las contras peligrosas. Ataca como en el último minuto de una final cuando necesitas un gol para ganar. Se ataca y se quita a ese ‘cabrón’. Desde el minuto uno, Zimmermann no se planteó otras opciones. Cortar era lo que quería hacer su cirujano y lo que él quería. Al no ser maligno una extirpación completada con éxito le asegura al guardameta que ‘el cabrón’ no volverá a crecer.
Tras siete horas en manos de los neurocirujanos, Jan se recuperó, ni el club, ni su familia, ni su representante le apremiaron, tuvo el tiempo del mundo. El amor de madre –y la insistencia de los médicos-, hizo que en los primeros entrenos tras su operación llevara un casco –de los que llevan los niños cuando aprenden a ir en bicicleta-, y cualquier pequeño golpe en la cabeza era una alarma constante en la vida de Zimmermann.
Tras la rehabilitación llega la normalidad, llega el ritmo, llega la vuelta. Zimmermann puede presumir de haber vencido a un cáncer. De casualidad se cruzó con él y le plantó cara. Apostó el todo por el todo y se llevó la partida. Fue punto, set y partido para Jan. Fue un gol en el descuento, fue la victoria.