Este fin de semana, el mundo entero se paraliza, con Estados Unidos como principal protagonista. El primer domingo de febrero tiene lugar la cita más esperada cada temporada: La SuperBowl. Georgia acoge la edición LIII, donde los New England Patriots, altísimos favoritos y rivales a batir, se miden a unos Los Ángeles Rams que sueñan con dar la campanada. Sobre el verde del estadio de los Falcons estará Tom Brady, líder en número de camisetas vendidas año tras año, aunque no hace mucho, ese título de jugador idolatrado se vio en entredicho por un auténtico desconocido.
En 2014, un joven running back de segundo año de apenas 19 años estaba asombrando en la Universidad de Pittsburgh. Tras una carrera exitosa en el instituto, James Conner parecía no tener techo. Su físico era prodigioso. Con 1’85 metros de altura, rondaba los 100 kilos (una montaña de músculo) y aún no había dejado de desarrollar. Corría y se zafaba de rivales a partes iguales e incluso desde el primer año en la universidad nunca le pesó el hecho de ser un rookie.
En su segundo año, en ese 2014, ganó premios por doquier. Fue elegido jugador del año en la Atlantic Coast Conference y, obviamente, formó parte del equipo All American. Aún le restaban dos años hasta poder dar el salto a la NFL y convertirse en profesional, pero nunca pareció tener techo ni que existiera una defensa o un muro capaz de frenarle.
En el primer partido de la temporada 2015, Conner cayó lesionado de gravedad. Su rodilla se torció en mitad del partido y las pruebas determinaron que se había roto el ligamento cruzado. Seis meses de baja. Y ese fue el menor de sus males, porque eso no fue lo único que vieron los médicos cuando le estaban tratando, y es que los informes apuntaban a algo mucho peor: James Conner padecía el Linfoma de Hodgkin, un tipo de cáncer que afecta al sistema linfático. Los médicos no le daban muchas esperanzas.
Conner se enfrentó desde el primer día a la enfermedad como si de la defensa más férrea y corpulenta se tratara. Sus declaraciones pronto le convirtieron en ejemplo a seguir, en héroe de la superación y en una de las personas más queridas para la comunidad de Pittsburgh. “He elegido no temer al cáncer… y volver a jugar al fútbol otra vez”. Por eso, quizás, se metió al público en el bolsillo y el año pasado fue el tercer jugador que más camisetas vendió, solo superado por el propio Brady y por Dak Prescott, estrella de los Dallas Cowboys.
Porque sí, Conner se recuperó de la rodilla, superó el cáncer y llegó a la NFL. Su temporada 2015 obviamente estuvo en blanco y en 2016, su último año de universidad, volvió casi más fuerte que nunca. No llegó a recuperar el nivel dominador en las jugadas de carrera como en 2014 pero incluyó en su juego una faceta de receptor de garantías hasta entonces desconocida. Conner selló una temporada magnífica y se alistó al Draft 2017. Era un jugador mucho más inteligente.
Allí lo eligieron los Steelers, en tercera ronda con el pick 105, y cumplió el sueño de seguir jugando en Pittsburgh, junto a una afición que le ama. El año pasado, Conner fue el primer sustituto de Le’Veon Bell, aunque acabó el curso sin tuchdowns porque el liderazgo de Bell, ciertamente, deja pocos minutos a sus reservas. Tampoco le respetaron las lesiones, porque en diciembre, cuando se juegan los playoffs volvió a recaer de su rodilla, fue operado y pasó a la enfermería para llegar a tope en la nueva temporada.
2018 supuso su primera gran prueba en el ámbito estrictamente profesional. Bell, en una guerra abierta con los Steelers por su contrato, ha estado apartado toda la temporada. Sin él sobre el campo, el testigo lo recogió Conner, que no se arrugó. Si bien la temporada ha sido difícil para su equipo, Conner fue quizás la noticia positiva del curso. Ha terminado la temporada con casi 1000 yardas de carrera y con 12 touchdowns en 13 partidos disputados. Solo una lesión en las últimas semanas, que le hizo perderse tres duelos, le ha sacado del Top10 de jugadores con más yardas en total y solo Gurley (Rams) y Kamara (Saints) han logrado más touchdowns que él en la temporada regular.
No en vano, pese a ser un jugador de segundo año, ha conseguido ser seleccionado Pro Bowl en el partido de las estrellas. Ya recuperado de sus molestias, el domingo jugó ante los mejores jugadores del planeta como titular. Lo hizo junto a Von Miller, entre otros. El que fuera MVP de la SuperBowl hace tres años es uno de sus mayores admiradores y le teme cada vez que tiene que enfrentarse a él. Y proferir respeto, o miedo, a un jugador a quien apodan ‘El Monstruo’ no está al alcance de muchos.
Lo cierto es que Conner, a sus 23 años, ha suplido con garantías a uno de los jugadores más difíciles de sustituir, vive en la ciudad que le quiere y le inspira saber de dónde viene y que nadie le ha regalado nada. Vive el sueño de su vida. Ese que llegó después de superar al cáncer. Espíritu de superación, ejemplo de todo. Póngame una camiseta con el 30 de los Steelers, por favor.
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