Por Óscar Sánchez | Gonzalo Gerardo Higuaín, conocido futbolísticamente como Higuaín, ‘Pipa’ o ‘Pipita’, empezó a meter goles en el Palermo; no el club italiano, sino un equipo argentino de la ciudad de Buenos Aires. River Plate le echó el ojo y a los 10 años de edad ya militaba en las categorías inferiores de uno de los clubes más importantes del país. Llegó a debutar en el primer equipo, su rendimiento fue alto y eso propició el estar en el once ideal de América en 2006, junto a otros jugadores como Fernando Gago o la ‘Bruja’ Verón. El Real Madrid, en cuya plantilla tenían cabida delanteros de la talla de Ronaldo, Raúl, Van Nistelrooy o Cassano, se hizo con aquel chaval de acento argentino, pelo algo largo y cara de niño bueno.
Allí, en la capital de España, fue madurando personal y futbolísticamente. Fue querido y odiado. Querido por aquellos que valoraron su entrega, lucha y orgullo por un escudo. Por los que valoraron sus cifras goleadoras. Y odiado por los que no perdonan. Los que no perdonan errores como el de octavos de Champions frente al Olympique de Lyon, el del mano a mano contra Pinto en la Copa del Rey o el de aquella noche donde el rival se llamaba Borussia Dortmund y el portero en el que se estrelló Roman Weidenfeller. Errores que empujaron al rival hacia la victoria. Errores en los que la mayoría de aficionados se basaron para tachar al ‘Pipa’ de cojo, manta, paquete, malo, sobrevalorado y un sinfín de términos indeseables. Daban igual sus registros en La Liga, competición donde consiguió en tres ocasiones superar los 20 tantos sin ser titular indiscutible. Los tres fallos le condenaron de por vida. La relación se rompió e Higuaín y Madrid firmaron los papeles del divorcio. La Liga de Campeones no se la quedó ni uno ni otro. Más que nada porque no figuraba en la lista de bienes matrimoniales.
Probó a buscar el amor en otra ciudad. Y lo encontró. En Nápoles, Gonzalo no fue querido y odiado. Fue amado. A base de taladrar constantemente la portería del enemigo, su nombre en el San Paolo era coreado por la inmensa multitud. Raro era el día que no sonase. En tres temporadas levantó una Copa, una Supercopa y se convirtió en el mejor ‘capocannoniere’ -máximo goleador- de toda la historia de la Serie A. Nadie hasta la fecha ha logrado anotar 36 goles durante un mismo curso. Ni Platini. Ni Maradona. Ni Marco van Basten. Ni Batistuta. Ni Filippo Inzaghi. Ni Shevchenko. Ni Crespo. Ni Trezeguet. Ni Vieri. Ni Luca Toni. Ni Totti. Ni Del Piero. Ni Ibrahimovic. Ni Di Natale. Ni Cavani. Absolutamente nadie.
Ahora, aquel chaval cojo, sobrevalorado, de acento argentino y cara de niño bueno no tiene el pelo largo, está cerca de las 30 primaveras y a un paso de fichar por el mejor equipo actualmente de Italia: la Juventus de Turín. Por más de 90 millones de euros. Quizá ansíe la Liga de Campeones que no figuraba en la lista de bienes matrimoniales cuando se separó del Real Madrid.