La rebeldía de los años 70 es algo que no se puede negar, cómo un punto de inflexión en la vida y no sólo en el fútbol. La época se vivió de una forma fresca y nueva, una bocanada de aire en forma de barbas y melenas al aire. Los setenta fueron -según muchos-, tiempos mejores. Los setenta hicieron de muchos futbolistas símbolos, y algunos se aseguraron un sitio en el Olimpo de los que nunca morirán y perdurarán en la memoria de una de las pasiones más extendidas en el planeta tierra.
En la primavera de 1973 se anunció en la prensa que Günter Netzer se marchaba al Real Madrid -cosa cierta-. Fue el primer alemán en vestir la camiseta blanca, pero esa es otra historia. Dos o tres días después de que la noticia saliera a la luz, el Borussia Mönchengladbach disputaba la final de la Copa alemana. Un Gladbach del que Netzer fue hijo pródigo; generación dorada para los potros: Heynckes, Vogts y el propio Netzer eran estandartes de una plantilla soberbia que perteneció a la Alemania campeona de Europa 1972 y del mundo 1974.
Una final entre el Borussia y el Köln era una aliciente más, el derbi del Rín estaba servido. Los fans del Gladbach sonreían, tenían a Netzer siendo su pieza clave en el ataque ofensivo de los potros y uno de los mejores creadores de juego que estaba viendo la Bundesliga en ese momento. Sin embargo durante uno de los paseos de la plantilla el entrenador Weisweiler le comunica al jugador que va a sentarse en el banquillo. “Es usted muy valiente” le dijo entonces el mediocampista. A la prensa Weisweiler les dijo que Netzer se había hecho daño en el dedo gordo del pie en el entreno y que el médico le pondría insulina y intentarían que entrara para la segunda parte.
Cinco horas antes del encuentro Hennes Weisweiler se dirigió a Günter y le dijo que debería jugar, los directivos temían perder dinero y la orden llegaba desde arriba. Entonces el jugador se negó, “no, no puedo ayudar al equipo” le contestó a su técnico.
A pesar del clamor de la afición por ver jugar a Netzer y la decepción de verlo sentado en el banquillo, el partido se marchó al término de la primera parte con un 1-1 en el marcador. Primero se adelantó el Mönchengladbach con un gol de Wimmar y más tarde empató el Köln gracias a Neumann. Y Weisweiler vió como Jupp Heynckes desperdiciaba un penalti en el minuto 58. El partido se marchó al final del tiempo reglamentario y Netzer seguía sentado junto a los otros compañeros en la banca.
En ese momento se acercó el joven Christian Kulik que había jugado todo el partido al máximo y resoplaba como potro tras una carrera. Netzer le acercó una botella de agua y le preguntó: “¿no puedes más?”. Kulik le replicó que ni siquiera podía tenerse en pie. Sin embargo se marchó a reanudar el juego dando comienzo la primera mitad del tiempo extra. Netzer se levantó poco después se quitó la chaqueta y se enfiló camino a Weisweiler. “Voy a jugar” le dice a su entrenador y pide el cambio él mismo. Kulik se marcha del terreno de juego y Netzer se marcha directo a sus camaradas para darles aliento.
Tres minutos más tarde, Günter juega una pared con Bonhof, una de las tantas que en más de 200 partidos se le han visto a esa pareja. Y entonces es cuando Netzer se convierte en eterno: marca el 2-1 para el Gladbach. El gol de la victoria como un cohete por toda la escuadra, en una de esas cosas que pasan una sola vez en la vida.
Netzer el rebelde ha conseguido darle la victoria a los potros, y él ha decidido cuando y cómo jugar. Los setenta son eternos por cosas como esta y Netzer está en el trono más alto del Olimpo de los rebeldes.