La temporada del Girona es el mejor ejemplo de lo inverosímil que puede llegar a ser el fútbol, en el que uno cambia los sueños por pesadillas de forma drástica. El equipo revelación de la anterior temporada pasó de celebrar su primera participación en Champions a coquetear peligrosamente con el descenso. Después de una racha de resultados horrible, llegando a encadenar 11 partidos sin ganar, a 14 de mayo Montilivi respira, pues la salvación es prácticamente una realidad.
En Valladolid, los de Míchel consiguieron mucho más que tres puntos. El gol de Christian Stuani evitó, salvo sorpresa mayúscula, sufrir más de la cuenta en las dos últimas jornadas del campeonato. Quién diría que el conjunto catalán se vería en una situación de tanto apuro doce meses después de revolucionar la competición. Pero, por mucho que no haya pasado tanto tiempo, no queda nada del equipo que codeó con los grandes, que venció dos veces al Barça y se plantó en Europa. No es una temporada para sentirse orgullo, ¿o sí?
Siendo honestos con la trayectoria histórica del Girona, lo ocurrido el curso pasado fue un premio. Nadie niega que completamente merecido, por un trabajo técnico excelente y una gestión ambiciosa del club, que ni en sus mejores sueños hubiera imaginado visitar al PSG, recibir al Liverpool o enfrentar al Arsenal. Pero, una realidad alejada de lo que cualquiera podía esperar. La fuga de talento debilitó mucho en verano y la situación superó a un equipo que, eso sí, en ningún momento renunció a su idea de juego, que ha intentado imponer hasta el final.
Pero, LaLiga puede ser muy cruel, y uno empieza a encadenar malos resultados sin ver la luz al final del túnel. Dentro de un espiral de decepciones, la buena noticia para Míchel es que ha conseguido salvar la situación y evitar un desastre mayor, que hubiera sido el descenso de categoría. Llegados a este punto, Girona debe dar todavía más valor a lo conseguido la temporada 2023/24. Hay que saber convivir en las buenas, pero sobre todo en las malas.