La eternidad no se tiene, se construye. Los cuerpos mortales no están preparados para la eternidad, pero sus actos pueden definir una historia que perdure por siempre. Don Rafael Nadal debió entender esto a la perfección pues su leyenda no deja si no que agrandar.
La constancia, el trabajo y la humildad no han abandonado nunca al balear. Su vida es una muestra de cómo el éxito no está reñido con la sencillez. Como la fama se puede quedar fuera de tu cabeza. Su simpleza fuera de la pista, siempre dicho del mejor modo posible y referido a su naturalidad, contrasta con la excepcionalidad de su juego dentro de ella, en especial de su fortaleza mental, algo insólito en el mundo del deporte.
No hay nadie como Rafa en el apartado mental. Esa capacidad de sobreponerse a cualquier mal que le avasalle en medio de un partido, a cualquier atisbo de duda o derrota no entra en sus planes ni en su mente. Es el último mohicano en un valle desértico donde solo él es capaz de resistir los envites de la soledad que acechan en un largo y tendido partido.
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Valor y fe. Dos cualidades intangibles con las que se puede nacer o no, pero necesitan siempre de la voluntad para ser exponencialmente favorecedoras a lo largo de una vida, y para no variar, Rafa se ha trabajado estos dos puntales. Dentro de ese rectángulo con pasillos y público explotando de alegría en la grada, no solo tienes que ser un maestro de la raqueta, lo que sí es indispensable. Además, se necesita afrontar tus retos de cara, con la frente en alto y la esperanza de quién se siente insuperable.
La explotación de estos recursos, no naturales pero si muy cotizados en el mundo de la raqueta, necesita de un medio para llevarse a cabo. Un rincón donde ser liberados. Un espacio donde el artista se entregué a su arte para deleitar a ese público ansioso de ver su próxima obra. Rafa, siguiendo con la doctrina instaurada en España desde el inicio de los tiempos tenísticos, se unió a esa banda de aristócratas y amantes de la tierra batida que tan popular es en fronteras hispanas. La arcilla es moldeada por el manacorí como si se hubiese criado en ella. Un niño de la tierra que encuentra en ella su máximo apogeo como tenista. Los 10 Roland Garros prueban de manera irrefutable su dominio en esta última década y media.
Desde que entrase en París por primera vez su luz lo ha eclipsado todo en una ciudad que tiene la luz como bandera. El amor que desprende Nadal hacia este torneo solo se entiende viendo su palmarés y recapacitando, dejando la lógica a un lado, con la proeza deportiva que supuso su décima conquista. Nadal ya no forma parte de la historia, está escribiendo la historia.
Expandirse, crecer y madurar. Nadal tomo ese camino hace tiempo, pero siempre manteniendo la referencia de su esencia más pura, el dominio en la arcilla. El cemento bajo sus pies también sostuvo, y sostiene, una relación de amistad con el mallorquín. Son otros tantos los logros acaparados sobre superficies rápidas de pista dura, como cabalgar sobre las gigantescas azules de Melbourne, o bailar a la luz de la luna cerca de la gran Manzana, algo que saboreó de nuevo en 2017, esta vez con Kevin Anderson como pareja de baile.
El ciclo de los 3 grandes bloques, para todo artista que use raqueta y no pincel, estaba ya completado por aquel entonces, pues el último en caer fue aquel US Open de 2010. La hierba, el enemigo natural del tenista español, sucumbió antes de lo previsto.
Promueve la vida, embellece el pasaje, da de comer a los pastos y para algunos, la hierba también es la encargada de retroceder el segundero hasta el principio de todo, renovando un vestuario ya en desuso, y acercando el tenis a su lado más romántico. Pero la hierba es tan bella como traicionera, pues convierte, el ya de por si veloz intercambio de golpes a un lado y otro de la red, en toda una batalla de bombarderos donde no se necesitan tantos intentos certeros para tumbar al rival. El saque y la volea adquieren un mayor protagonismo y se destacan como argumentos principales en la trama. El colofón a todo este show llega con Wimbledon, el más antiguo de los campeonatos, y en el que Rafa puso su nombre junto a los más grandes de la historia ante el Rey de todos ellos, Roger Federer. Aquella final en Londres, ante la atenta mirada de todo amante del tenis que se precie, supuso un antes y un después en la carrera de Rafa. Podríamos decir que tras aquel día Nadal no solo era un artista, se convirtió en un maestro de los elementos.
Desde entonces Nadal es leyenda, consagrada no solo en tierra, si no como uno de los tenistas más grandes de todos los tiempos. Su tiempo en las pistas es finito, como su estancia en la Tierra, pero su nombre no conocerá la palabra olvidó ni muerte. Un diamante entre un millón. Un hombre de acero.
El día que se retire miraremos atrás y nos preguntaremos como, como fue capaz de conseguir lo que consiguió, pues no tiene explicación a racional. Observaremos desde la distancia toda su carrera y nos sentiremos ebrios de orgullo por tener la fortuna de haberle visto jugar. Teñiremos nuestros textos de heroica y grabaremos su nombre en los recuerdos pertenecientes a la épica, pero ahora disfrutemos, sigamos soñando y aplaudiendo. Desde París con amor escribió Rafa el prólogo de su novela y al conseguir la décima reflejó ante todos los presentes lo que es de sobra conocida como una relación especial. Un momento mágico al alzar ese ansiado trofeo que no se borrará y que todos te agradecen. Sobre París pisaste la tierra pero tras tu paso por ella te elevaste el cielo.
Story Sport Creador de @juegodemicros
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