En el fútbol, como en la vida, siempre se van los mejores. Los que nadie quiere ver partir.
Los que hacen a este fantástico deporte eterno, acaban tomando la dolorosísima decisión de parar, de pasar a disfrutar del balompié desde otro ángulo.
El nueve de marzo, el eterno Xabi Alonso pasó a formar parte de esa lista de leyendas, a las que el fútbol les debe parte de su esencia. Sus pases nos hicieron campeones del mundo, y nos llevaron a coronar Europa en dos ocasiones.
Con su timidez y elegancia característica, se muestra orgulloso de haber iniciado su andanza en casa, en el Antiguoko de Donostia, aunque fue la escuadra txuri-urdín la que no tardó en encontrar en él algo diferente. Fue a la temprana edad de 18 años cuando el eterno pasador hizo su debut en el primer equipo de la Real Sociedad. Su templanza maravilló a Anoeta, y en 2004 llamó a su puerta el club que le catapultaría a esa minuciosa selección de los mediocentros más determinantes de la historia del fútbol. Los “reds” habían encontrado la pieza que necesitaban para que su engranaje funcionara, y así fue.
En su primer año en Liverpool, se proclamó campeón de la Champions League, con su amigo Rafa Benítez al mando de una escuadra que impresionó por su dominio y verticalidad, triunfando en la histórica final frente al AC Milán, que solo los penaltis pudieron desequilibrar. Había tocado el cielo. Ese joven tolosarra había alcanzado la élite y estaba ahí para quedarse, para demostrar al mundo que el otro fútbol, el de pase y posesión, también regalaba tardes de ensueño y disfrute.
Ningún aficionado a este deporte puede recriminarle nada al gran Xabi. Jugó, fuese donde fuese, orgulloso del escudo que portaba en el pecho, destacando el éxito grupal sobre sus individualidades. Hizo el trabajo sucio, con una labor organizativa que, a día de hoy, parece insuperable. Tenemos mucho que agradecerle.
Pero ahora, parece que todo ha perdido parte de su sentido. Que se va un revolucionario, el que nunca fallaba y deja un hueco imposible de tapar.
Además de un Bayern de Múnich sin un increíble mediocentro, deja “huérfana” a una Selección que le debe buena parte de sus éxitos.
Eres el fútbol, Xabi. You Will Never Walk Alone.