
29 de diciembre de 2011. Pabellón Municipal de Valverde del Majano, en Segovia. Allí, El Pozo Murcia, Barcelona, Caja Segovia e Inter Movistar pelean por el II Torneo de Fútbol Sala José María García en categoría alevín, una especie de réplica que se quería hacer del famoso Torneo de Brunete, pero jugando cinco contra cinco y en lo que en algunos países se llama fútbol indoor. Pero ninguno de esos equipos se va a hacer con el título. A recoger el premio salen los chicos del Kelme Team Brazilian, un combinado que ha unido a un puñado de muchachos españoles con una mayoría de renacuajos venidos de Brasil, apadrinados por la leyenda del fútbol sala Daniel Ibañes y dirigidos por Elías dos Santos, quien fuera estrella en el Caja Segovia. Unos instantes antes, cuando llaman al MVP del torneo para que recoja su premio, tras él sale, contento, dando brincos y con una sonrisa pícara, sin darse cuenta que aquello no es para él, el número ‘4’ del Kelme Team. Nadie menciona su nombre porque no es él el elegido y pronto le reclaman que vuelva a su lugar. Aquel muchacho responde al nombre de Antony. Antony dos Santos. Hoy flamante incorporación del Betis.
Aquel torneo pudo cambiarle la vida. Porque Antony, que jugaba en un equipo llamado Gremio Barueri y tenía 11 años, había sido uno de los elegidos para viajar a España. Su buen hacer en el torneo le valió para conseguir una pequeña prueba con el Atlético de Madrid. Estaba a solo un par de meses de cumplir los 12 años e iba a pasar la Navidad fuera de casa. Pero valía la pena. En cambio, Antony no gustó. No pasó la prueba con los rojiblancos, con quienes entrenó durante un par de semanas. De haberlo hecho, la cosa habría sido difícil. La FIFA había puesto las cosas muy complejas para firmar a menores de edad venidos de otros continentes. La práctica estaba directamente prohibida, aunque hecha la ley, hecha la trampa. Si el brasileño hubiera entrado por el ojo, podría haber llegado siempre y cuando el club rojiblanco garantizase el bienestar familiar. También, de un modo diferente, se le hubiera podido hacer un seguimiento y dejarle ‘atado’ para cuando la ley lo permitiera. Pero ninguna de las dos. Además, unas semanas antes, sus padres se habían separado y él recuerda aquellos meses como los más tristes de su vida.
Antony regresó a la favela y pronto ingresó en el Sao Paulo. Cambió el fútbol sala por el 11, cosa que hacen los grandes equipos en sus academias en el país del fútbol. Allí no lo tendría fácil. “Vivía en el centro de la favela. Mi infancia fue muy dura. En la esquina de mi calle había narcotraficantes. Yo ni siquiera tenía un sitio para dormir en casa y tenía que hacerlo en el sofá. Tampoco tenía zapatillas. Yo jugaba al fútbol descalzo o con zapatillas de calle”, revelaría años después. “Cuando llovía, mi casa se inundaba y me veía obligado a sacar toda el agua que podía. A veces me derrumbaba y mi hermana y yo llorábamos preguntando qué iba a ser de nosotros”.
Hace un par de años, el propio futbolista, que suele ser bastante recatado sobre su infancia, se abrió contando su historia en The Players Tribune. “Nací en el infierno. No lo digo yo. La favela en la que pasé toda mi vida se llamaba así, Inferninho. La gente trapicheaba con drogas en la puerta de mi casa. Me acostumbré a todo. Tanto, que ni siquiera me dan miedo las armas. Estaban en mi día a día. Solo por vivir allí, a veces la policía entraba en casa y derrumbaba nuestra puerta”, empezaba. Quizás, el hecho más traumático que vivió fue poco antes de aquel viaje a España. “Tenía 9 años, iba a la escuela y vi un hombre tirado en la calle. Estaba muerto. Pero yo tenía que seguir y no había otro camino. Así que, simplemente, cerré los ojos y pasé por encima de su cadáver”.
La salvación de Antony fue la pelota. Podía haber sido uno más de su favela, pero a él le motivaba el fútbol. “Con un balón en los pies, nada me daba miedo”. Y pronto comenzó a progresar. Nunca se acercó a los chicos malos de la favela y se dedicó al fútbol, que pronto dio sus frutos. Pero el camino tampoco fue sencillo. En una época en la que la precocidad es importante y vemos a los talentos debutar a los 16 y los 17 años y ser vendidos antes de la mayoría de edad, a Antony le dijeron que aún le quedaba por madurar. Era muy débil, tenía poco cuerpo y ya veía cómo otros muchachos le pasaban por delante. Él se iba a tener que contentar a jugar en el filial. Entonces apareció Larissa, una joven de 10 años apasionada del Sao Paulo que tenía a Antony como referencia. Larissa padecía cáncer y Antony se prometió estar a su lado siempre que pudiera. Se rapó el pelo en homenaje y le dedicó todos los goles, incluidos aquellos que le darían dos años consecutivos la Copinha (el trofeo más prestigioso de Brasil en categoría juvenil) a su equipo. A día de hoy, por cierto, Antony sigue celebrando muchos de sus goles haciendo una doble L con las manos en homenaje a Larissa y a su hijo, Lorenzo.
Su nombre comenzó a sonar con fuerza y pronto debutaría con el Sao Paulo. Pero, incluso ahí, seguía viviendo en la misma casa. “Marqué el gol de la victoria en la final del Paulista, y esa noche, con 18 años, volví a casa y seguía durmiendo con mi padre en la misma cama. Era eso o el sofá. No había más”. Aquello le haría debutar con la selección olímpica y hacerse un nombre junto a los Bruno Guimaraes, Matheus Cunha o Douglas Luiz. Y pronto un histórico como el Ajax, entendido en extremos, pondría sus miras y 16 millones de euros para cerrar su contratación.
En la Eredivisie se salió. Hizo de la banda derecha su coto de caza privado y en dos temporadas puso el campeonato patas arriba. Popularizó aquellos regates que había estado viendo toda su infancia en Youtube, cuando intentaba replicar a Ronaldinho y Neymar, entre otros. Marcó más de 20 goles y repartió más de 20 asistencias, una cifra nada desdeñable, sobre todo la de los tantos, si contamos que no era un delantero al uso. Su electricidad, facilidad para el regate y su dinamismo y verticalidad convencieron a los grandes. El Manchester United, necesitado de talento y de ilusión puso 100 millones de euros encima de la mesa en 2022 por el muchacho que unos meses antes había ganado el Oro olímpico con Brasil en Japón.
Pero en el United Antony no ha caído de pie. Todo lo contrario. El peso de su etiqueta y la necesidad de un equipo en el que todo lo que llega parece absolutamente fuera de contexto han quemado al futbolista, que se ha pasado dos años siendo el centro de las críticas de los aficionados y de la prensa. Los memes y los vídeos con errores del jugador han inundado las redes en los últimos meses y Antony ha estado totalmente colapsado por una situación que ha devaluado su precio.
La llegada de Amorim parece haberle crucificado por completo. Al menos de manera temporal, pues el brasileño ha tenido que buscar acomodo fuera de la Premier para recuperar su mejor versión. Su sino ha sido Andalucía y, su equipo, el Betis. En el equipo hispalense busca empezar de cero para demostrar, otra vez, que es un jugador que bien vale tres cifras. De momento, sus primeras actuaciones han dejado un buen sabor de boca a un equipo verdiblanco necesitado de talento y de ilusión. El día de su debut, un disparo suyo acabó en gol. En su segundo envite, metió su primer tanto. Dos MVP en dos partidos. Y recientemente un gol que acerca al Betis a los octavos de la Conference League. Necesario. “Nací en el lugar equivocado, pero con la gente ideal. Cada vez que me ato los cordones y salto al campo, recuerdo de dónde vengo y todo lo que viví. Y no. No puedes entenderlo si no estuviste ahí. Si aún no me entiendes o crees que soy un payaso, yo no puedo hacer más. Solo quien viene de la favela sabe un poco de lo que he pasado”.
Periodista | Profesor | Deporte en general y fútbol en particular | Escribí 'Atleti, historia de un despertar' | A veces hago hilos

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