La Champions se veía con cerveza en mano, sí, pero también con un Colacao humeante entre deberes a medio hacer. Se vivía en el bar, entre gritos, humo y abrazos. También en casa, compartiendo estilos de juego y, a veces, sintiéndonos entrenadores. Se veía con amigos o en soledad, pero siempre con la certeza de que algo especial podía pasar.
Porque la Champions irradia una chispa especial. Era Messi deteniendo el tiempo con la zurda. Cuatro veces campeón de Europa, autor de goles que parecen escritos en verso, como aquel cabezazo en Roma 2009. Era Frank Lampard llevando al Chelsea a la gloria en 2012, como líder sereno y figura incansable. Sin grandes alardes técnicos, convirtió cada llegada al área en una amenaza, cada final en una misión personal.
Era Puyol despejando con el alma, con su vida entera, llevando el escudo tatuado en cada disputa. Capitán del Barcelona de las eras doradas, encarnó el valor, la lealtad y la resistencia
Eran esas noches de martes y miércoles que olían a promesa. Kroos tocando el balón con una calma que parecía imposible. Alcanzó seis Champions con la paciencia de un relojero. Iniesta flotando entre rivales como si jugara otro deporte. Maldini cruzando medio campo con la autoridad de un emperador. Casillas volando bajo el larguero con los reflejos intactos de un niño que ya era leyenda.
Todos ellos construyeron algo más grande que sus títulos. Llenaron la mente de recuerdos gloriosos y los corazones de pasión por el fútbol. Dieron forma a eso que, aunque no tenga nombre, se activa cada vez que suena el himno de la Champions y nos hace sentir un nudo en el pecho.
Hoy, muchos ya no están en el césped. Algunos están en los banquillos, otros en tribunas. Pero sus nombres siguen ahí, flotando sobre las noches europeas como linternas encendidas que alumbran la historia del fútbol.
Fueron, son y serán leyendas que nos ha regalado la Champions.