El Deportivo Alavés volvió de San Mamés con más dudas que certezas. La derrota por la mínima frente al Athletic Club no solo supuso un paso atrás en la clasificación, sino también un golpe emocional para un equipo que parecía haber recuperado el rumbo. Lo más doloroso no fue el resultado, sino la imagen: un equipo sin mordiente, sin alma, que dejó escapar una ocasión de oro para acercarse a la permanencia. El tanto en propia puerta fue solo la punta del iceberg de un encuentro en el que los de Coudet no lograron incomodar a Unai Simón. Pero hay derrotas que más que definir, despiertan.
Quedan tres jornadas. Tres actos en este drama de barro, lucha y corazón. La permanencia está a un paso, pero cada partido se convertirá en una batalla intensa. Valencia, Valladolid, Osasuna: rivales con sueños europeos o heridas que sanar. El margen de error se ha evaporado.
Con 35 puntos y solo uno por encima del descenso, el Glorioso encara un final de temporada que promete emociones fuertes. Leganés y Las Palmas acechan desde abajo, y la diferencia de goles o los duelos directos podrían ser determinantes en una pugna cada vez más apretada. A Mendizorroza aún le quedan dos batallas que podrían sellar el destino del club. Primero ante un Valencia en plena forma y, si aún queda algo por decidir, contra un Osasuna que también sueña con Europa. Entre ambos, una visita al José Zorrilla que podría parecer asequible sobre el papel, pero que esconde el peligro de enfrentarse a un rival sin nada que perder y deseoso de despedirse con dignidad.
En este momento donde todo aprieta y el margen se reduce a la mínima expresión, aparece lo que nunca falla: la afición. Esa grada de Mendizorroza que canta incluso cuando el viento sopla en contra. Ese murmullo de esperanza que recorre Vitoria en cada jornada. “El Glorioso nunca se rinde”, porque esa opción no existe en su ADN. Más allá de la categoría, es el orgullo babazorro de poder ver competir a su equipo en lo más alto.