La historias de héroes suelen ser épicas, tratan una historia sobre el elegido y el único que muestra el camino a seguir. Y digo suelen porque en el país donde el trabajo y el sacrificio es lo que acaba siendo recompensado, piensan que los héroes no pueden obtener la gloria por obra y gracia de dios.
Los alemanes no creen en un héroe que no pasa por penas, no creen en que su talento lo lleva a la gloria sin tener que llorar o sufrir heridas. Los germanos piensan que los heroes son los que se sacrifican, los que antes de tocar el olimpo de los Dioses se ven vencidos y destrozados, esos son los heroes germanos. Las más queridos y los más alabados son aquellos a los que el éxito no les cae del talento o de la gracia de la vida por tomar las decisiones correctas en el momento correcto. En la cultura de trabajo y del esfuerzo no podía ser de otra manera. Por eso mismo allí no hay Messis que hagan regates, no hay Cristianos que se luzcan con cañonazos. Los teutones se entregan en cuerpo y alma a aquellos jugadores que pelean, que mueren en el campo, los que salen con cortes en las mejillas y que gritan a sus compañeros si es preciso. El alma de un club de fútbol alemán suele ser el jugador que se deja la piel por la camiseta que se está poniendo. La expresión de adoración y compromiso absoluto de un individuo por un bien colectivo. Esa es la esencia de la ideosincrasia del país de la Merkel.
En la máxima expresión del héroe germano hay un nombre que resuena en el eco del templo alemán del fútbol, uno que se alza por encima de muchos otros. Un hombre que ha llorado y gritado, un hombre que ha sudado y sangrado por esa camiseta que se pone, por el escudo que le reposa en el pecho. Si hablamos de héroes teutones, debemos hablar de Bastian Schweinsteiger.
Van ya trece años de una carrera que al principio parecía la de cualquier otro chico bávaro que aspirara a entrar en el primer equipo del club Rekordmeister. ‘Schweini’ tuvo un debut muy en la linea de los canteranos que esperan su turno, una tardía substitución en un partido de Champions contra el RC Lens. En esas noches europeas que tan especial hacen al fútbol. Bastian, el ahora aclamado Fußballgott -dios del fútbol-, ha sufrido de esas derrotas y caídas que lo han hecho resurgir como en una de las mejores epopeyas alemanas.
Tenemos que remontarnos a Mayo de 2012, a un escenario, a una noche y uno de esos capítulos a los que nadie le gusta vivir. Yace en el suelo llorando cual criatura, desconsolado sabiendo que su último disparo no ha sido bueno, con el peso del mundo en sus hombros, Schweini se encaminó al punto de penalti en el último de los lanzamientos de la noche de la final de Múnich 2012. El héroe, la leyenda, el personaje de ficción que supera la realidad empieza aquí, en este instante, con la desaparición sonrisa burlona que caracterizaba a alguien que tiene un poder insultante para sobrepasarte en el centro del campo y no despeinarse en el intento. Bastian lo tenía todo: una carrera ascendiente y un club potente en el que competir, había ganado todos los títulos nacionales y saboreaba ya la orejona. Y poco después lo sostiene en sus brazos Jupp Heynckes, y luego su amigo del alma Philipp Lahm. Se descompone y llora, llora desconsolado. Llora como los hombres lloran, tapándose el rostro y en silencio. Llorar no es para los hombres, y mucho menos para los alemanes.
Sin embargo Fußballgott empezó a caminar de nuevo. Lo recuerdan así sus vecinos en la ciudad bávara, al día siguiente a la final perdida y al dolor emocional, salió como todos los días a pasear con sus perros y paseó, paseó y siguió paseando. Desde entonces Bastian no ha parado, es de esos futbolistas que juegan con dolor, con la rodilla aullando porque el esfuerzo es demasiado o el tobillo vendado a más no poder porque lo tiene hinchado, vuelve siempre antes y nunca deja un partido de descanso por propia decisión. Suda y sangra, lucha hasta el final. Y casi 365 días después del desastre se alzaba ante Europa, como rey, como campeón, volvía de nuevo esa sonrisa burlona y esa determinación en los ojos de un Bastian Schweinsteiger que no iba a cometer los mismos fallos. Tira del equipo durante 90 minutos contra un Dortmund de Jürgen Klopp que estaba viendo sus mejores días, y Schweini lidera, quizás no tácticamente, pero si en el plano emocional. Es el capitán sin el brazalete, es el que pelea y el primero que se marcha en busca del rival para darle el abrazo en su derrota. Él ya ha probado el sabor amargo que significa perder.
Schweinsteiger es el líder de una nación que le ha visto sangrar y seguir jugando. La expresión “sangre, sudor y lágrimas” parece haberla escrito él de su puño y letra. ‘Schweini’ es aclamado como Fußballgott, él es la idea máxima del héroe alemán.
Dortmund / Barcelona, 1992. CM de @BayernSphera. Trabajando en el Deutsches Fußballmuseum en Dortmund. "El fútbol es un juego simple: 22 hombres persiguen un balón durante 90 minutos, y al final los alemanes ganan."
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