El destino es muy cabrón. Sabía que España iba a ser campeona antes que nosotros. Aunque lo intuíamos, lo presagiaba nuestra convicción frente al espejo. Croacia, Italia, Albania, Georgia, Alemania, Francia e Inglaterra. Poca broma. Sin embargo, una voz, molesta como el zumbido de un mosquito, nos susurraba al oído: <<es una final y puede pasar de todo>>. Lo que tenía que pasar lo empezaron los más atrevidos, los que asoman el morro en la fiesta antes que el resto. Lamine le regaló una asistencia a Nico y éste le devolvió el gesto con un gol que ya está escrito en la historia. Southgate se agarró al milagro de Watkins; pero fue Palmer quien entró al tapete para intentar enmudecer a nuestro país. Demasiado leonino, visto lo visto.
España ha demostrado la relevancia de todas sus piezas. Si falta un tornillo, el armario no se sostiene. El actor secundario pudo sentir el merecido placer; para algo había memorizado un guion de arriba a abajo. Mikel Oyarzabal siguió con la mirada y las piernas los pasos de Cucurella, para ganarle la carrera a Guéhi y batir la portería de Pickford. A Dani Olmo no le tembló el pulso para defender lo que ya era suyo y de 48 millones más. El reparto y la trama de esta película es brutal. Al Mundial 2026 lo miramos con otros ojos.
Es la selección que nos gusta. No solo la que gana, también la que nos emociona, la que habla de salud mental sin adornos ni tapujos, la que abraza a nuestros hermanos y no los señala con el dedo, la que pone al racismo en su sitio: bien lejos. No sabemos exactamente dónde comienza todo esto. Si lo hizo Nico decidiendo ese disparo cruzado o fue cuando Morata marcó el primer gol de la Euro para volver a emocionarse con esta camiseta. Si fue el legado de Luis Aragonés o el reto de asumir el vacío que dejó la generación que logró coser una estrella con hilo infinito. Donde algo acaba, todo empieza. Hoy es lunes y el despertador, uno de los sonidos más molestos, no fue capaz de perturbar lo más mínimo nuestra euforia. Es la primera final que viviste con tu hijo, la que besaste a tu novia, o la última en la que abrazaste a alguien que algún día no estará. En el escenario de nuestros goles, la ilusión no tiene precio.