Del Newcastle podemos esperar muchas cosas. Hoy lo lleva un propietario mezquino; más próximo a la inquisición que al siglo XXI, de rabiosa actualidad. Él lleva su negocio de ropa deportiva como a su club de fútbol: como empresas que no tienen ninguna simpatía por sus empleados. Gente que es necesaria hasta cierto punto; que molesta. ¿Coronavirus? Es una gran oportunidad para abrir nuestras tiendas y ganar dinero. ¿Vender a un futbolista clave en plantilla? Compras por poco o casi nada y cuando desciendan ya le echaré la culpa al entrenador de turno. Mike Ashley las ha hecho de todos los colores en sus 13 años al cargo del club norteño. Pero si hay una temporada que las calles recordarán, como dicen en Twitter, es la 11-12. Cuando creyeron que iban a jugar la Champions League. Cuando se colaron entre los grandes.
Y es que previamente, en el curso 08-09, habían sufrido un trauma. Y no es que aquí nos llenemos los bolsillos con historias sobre autoayuda. Para eso ya están otros. Cada club vive el duelo como puede y descender, si se hacen bien las cosas en la categoría de plata, no es tan mala noticia si lo conviertes en algo positivo: en deshacerte de vicios adquiridos en los últimos lustros. Así volvió el Newcastle rápidamente, haciendo bien las cosas en el Championship, con un Chris Hughton sobresaliente al mando. El curso siguiente en la Premier empezó de maravilla. Ganaron en el Emirates y el equipo cabalgaba por la media tabla de la liga. Sin embargo, a Ashley le dio un ataque de propietario y lo mandó a la calle. Llegaba Alan Pardew. Semanas más tarde se iba Andy Carroll al Liverpool por unos disparatados 40 millones de euros. El equipo se salvó, a pesar de ello, sin muchas dificultades.
Pardew no pidió
demasiado. Sabia decisión. Sabía lo que le esperaba si levantaba la voz. Frunció
el ceño y escudriñó a una plantilla que necesitaba cambios. Los futbolistas que
ya estaban iban a dar un paso más y, además, la potenció con las llegadas de Demba
Ba y Yohan Cabaye. Las cosas iban a funcionar. Y mucho. Porque el
conjunto de Pardew encadenó sus primeras once jornadas sin conocer la derrota. Su
juego no escondía grandes secretos: era un cuadro apañado, fuerte atrás, que
tenía muchísima pólvora arriba. De aquel maravilloso Newcastle nadie tocaba la
treintenta, tampoco se encontraban en la pubertad, y en ese mejunje de futbolistas
en edades muy maduras consiguió encaramarse a lo más alto.
En un 4-4-2 muy inglés,
Papis Demba Cissé acompañó a Ba en una doble punta mortífera, para el recuerdo.
Entre ambos rozaron los 30 goles. Era muy difícil no estar arriba así. Además, Pardew
consiguió introducir a todos los buenos futbolistas en aquella dinámica de
trabajo. Fabricio Coloccini fue el líder de una zaga que acabó en quinta posición
a tan solo cuatro puntos de la máxima competición continental. En septiembre,
encantado con el buen trabajo de Pardew, Mike Ashley le hizo un contrato de
ocho años. Si bien es cierto que era la primera vez en la historia que un
entrenador del Newcastle recibía el premio al mejor del año quizás, solo quizás,
habría sido un poco más adecuado haber hecho un contrato más corto. Había cuajado
una escuadra de campanillas con poco y merecía un premio. Pero ocho años, en
los tiempos que corrían para los entrenadores, eran una locura.
Aquel nivel, ni de lejos, se pudo sostener. El Newcastle, el curso siguiente, rozó el descenso a la segunda categoría. Los magpies, aun así, hicieron una Europa League brillante en la que cayeron en cuartos de final frente al Benfica y se siguió creyendo en el técnico inglés. Tras un décimo puesto en la temporada siguiente, Pardew vislumbró que todo se derrumbaba. Ya no era ese entrenador al que le había caído un trabajo del cielo: quería fichajes y menos ventas. El drama del Newcastle en la última década. En plenas Navidades, con su conjunto en media tabla de nuevo, y con muchos aficionados descontentos con su forma de entrenar, decidió marcharse al Crystal Palace, que estaba en descenso. Cuando llegó a Selhust Park se estiró la boca y dibujó una sonrisa con los dedos: volvía a ser feliz. El contrato de Pardew todavía sería vigente hoy pese a que firmó en 2012. Pero decidió tomar otro camino. Hoy entrena al ADO Den Haag. Su carrera, desde aquel Newcastle, ha ido en descenso poco a poco. Acabó siendo despedido de los londinenses y fue fulminado del West Brom tras caer en ocho ocasiones consecutivas en liga. “Quería probar algo diferente, por eso estoy aquí”, aseguró en su llegada a Países Bajos. Allí busca reencontrar aquel nivel que le llevó a sonar, por ejemplo, para el Real Madrid. Hoy está en descenso en la Eredivisie .
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