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Fútbol Internacional

Cicatrices de una vida

Es el año 1989. El Aston Villa recibe al Everton, segundo clasificado. Todas las miradas se centran en Paul McGrath, el defensa gigantón de los villanos. Ha estado tres jornadas sin jugar y nadie sabe realmente por qué. Al césped salta el central irlandés y lo hace con dos muñequeras de tenis blancas que son muy llamativas por lo extraño de la época para usar ese complemento en el fútbol. El Aston Villa hace un partidazo, gana 6-2 y McGrath, que juega los 90 minutos, lo hace de mediocentro, posición poco habitual para él entonces. En sus muñecas, ocultas, las marcas del suicidio que ha intentado cometer semanas antes cortándose las venas. Será el primero de los cuatro intentos de quitarse la vida del que años más tarde será nombrado Mejor Jugador de la Premier y que responden a una vida trágica y dramática que ha tenido de todo.

Paul McGrath nació en 1959 en República de Irlanda. Su madre, Betty, tuvo relaciones con un hombre nigeriano que desapareció en cuanto se enteró que Betty estaba embarazada. Era una época complicada para según qué temas en según qué lugares, y Betty tenía pánico de saber qué dirían sus padres si se enteraban de que había tenido una relación sin estar casada y además con un hombre nigeriano. Por eso, se fugó a Londres, para gestar y dar a luz sin que nadie se enterase. Poco después del nacimiento de Paul, Betty fue casi obligada a dar en adopción a su hijo. Ella no quería, pero unas monjas prácticamente se lo arrebataron sin opción dentro del marco de los Brown Babies, referidos a aquellos niños mestizos nacidos tras la II Guerra Mundial.

Paul fue llevado a un orfanato en Dublin, pero Betty nunca quiso perder el contacto con él. A los cinco años, volvió a buscarle, pasaron varios días juntos, pero duró poco. Un día, su madre le dijo que saldrían a visitar a su tío, y lo terminó abandonando en una casa de acogida, con decenas de niños, de la que no salió hasta que cumplió la mayoría de edad. Lo hizo porque verdaderamente creía que era lo mejor para él. No tenía dinero para alimentarlo. Aquello fue para él un infierno. “Todos los días me pegaban por orinarme en la cama. Cada día me recordaban que no era nadie y que, si estaba allí, era porque nadie en el mundo me quería”. Para aumentar su dolor, Paul sabía que su madre había tenido otra hija, también negra, de la que no se había separado nunca. ¿Qué había hecho él para merecer un trato tan desigual?

Daba clases en aquella casa de acogida. Era el único niño negro, incluso en todo el barrio. Todos se metían con él. La infancia tan dura traumatizó a Paul, que sufrió una crisis mental catastrófica nada más cumplir los 20 años. Estuvo ingresado un año en un hospital psiquiátrico, perdió la capacidad de habla y olvidó incluso cómo caminar. Los médicos llegaron a firmar, en su expediente, que sería muy difícil para él llevar una vida como hasta ahora y que no creían que pudiera recuperar del todo el habla y la capacidad de caminar.

Para sorpresa de todos, Paul salió adelante, se recuperó e, incluso, pudo volver a jugar al fútbol. Siempre se le habían dado bien los deportes. Era muy grande, muy atlético y bastante coordinado. Poseía un buen físico. Por eso, también, al poco de salir del psiquiátrico le habían contratado como guardia de seguridad en una fábrica. Y por eso, con 22 años, lo dejó todo cuando superó una prueba con el St. Patrick’s Athletic.

Él no lo sabía, pero en sus años en el orfanato y antes del brote psicótico, cuando jugaba en equipos juveniles de barrio, había llamado la atención de algunos clubes. Uno por encima de todos: el Manchester United. Quizás, por eso, tras ganar el Premio al Mejor Jugador de la Temporada en su único año como profesional en Irlanda, el Manchester le firmó. Era 1982 y él tenía 23 años. ¿El fichaje? Recomendación de Matt Busby, ni más ni menos.

Para entonces, McGrath tenía un pequeño gran problema y un secreto que pocos conocían. Era alcohólico. Y aquello no encajó mal mientras en el banquillo de los Red Devils estaba Ron Atkinson, con quien el central congenió muy bien, pero la llegada de Sir Alex Ferguson años después hizo estallar todo por los aires. Discutían y chocaban a menudo y, además, McGrath empezó a tener problemas físicos, sobre todo de rodilla, algo que le trajo problemas en toda su carrera, en la que se tuvo que operar hasta en ocho ocasiones por ello. Después de un severo tira y afloja, en 1989 el Manchester United le dejó marchar. McGrath tenía ya 30 años, pero había perdido algo de cartel, su físico no acompañaba y su fichaje parecía un riesgo. Además, estaba roto por dentro.

Dos meses después de su debut como villano, entró en el baño de casa, cogió una cuchilla y se cortó las venas de ambas muñecas. Todos los traumas de una vida se le habían aparecido delante de repente y él no encontró motivo a seguir ahí. ¿Por qué su padre y su madre le habían abandonado? ¿Por qué Betty le engañó, le abandonó dos veces y encima tenía una hija a su lado? Se suponía que todo debía ir bien. Se había casado, tenía hijos y su nuevo comienzo deportivo en el Villa iba muy bien. Pero no. Para su fortuna, su mujer entró en el baño justo a tiempo, llamó a emergencias y McGrath gastó la primera de sus cinco vidas. “Solo recuerdo un montón de sangre por el suelo y los gritos de la niñera que cuidaba a nuestros hijos”.

Después de varios días ingresado, McGrath regresó al verde en aquel partido contra el Everton con unas muñequeras que le acompañarían en varios partidos más de su vida (en otras ocasiones lo haría directamente con manga larga) para ocultar lo que solo unos pocos sabían. Que padecía un problema de salud mental que se le aparecería también más adelante.

Y eso que, en lo deportivo, todo marchaba. Paul se afianzó como un central de tronío. Era duro sin el balón, pero elegante con él. Llevó al Aston Villa a lugares que no le correspondían y, en 1993, recibió el PFA Player of the Season, un galardón que, además, casi nunca estaba destinado a los zagueros. Doble mérito. Solo unos meses después, tras la trágica noticia de la muerte de su hermana de manera prematura, McGrath trataría de suicidarse por segunda vez por el mismo método, otra vez sin éxito. De manera paralela, el Aston Villa que él lideraba ganaba la FA Cup, se quedaba muy cerca de ganar la Premier League y él acudía a su segundo Mundial con Irlanda, donde fue uno de los jugadores que más gustaron al público neutral y donde destacó su exhibición frente a Baggio. Tenía 35 años, parecía mejor que nunca físicamente, pero no todo estaba bien.

Nunca, en todos esos años, había superado sus problemas con el alcohol. Así, en 1997, con casi 38 años y como jugador del Derby County, ingirió todos los tranquilizantes que encontró para quitarse de en medio y los mezcló con ingentes cantidades de alcohol. Pero no. No era su hora. Paul McGrath ya había gastado tres vidas y aún le quedaría alguna más. Lo iba a demostrar unas semanas más tarde cuando se sentó en su salón, ingirió una pinta de cerveza como último deseo y, acto seguido, se bebió una botella entera de lejía. El médico que le trató y le hizo un lavado de estómago, al verle entrar, se sobresaltó. “Te voy a salvar la vida porque adoraba verte jugar todos los domingos en el estadio y nos diste tardes de gloria”, le dijo.

Tras esto, Paul McGrath se retiró del fútbol. Era 1998 y tenía 39 años. No lo hizo para mejorar, pues se perdió aún más. Fue alcohólico hasta 2014, cuando cumplió 55. Afirma haber sufrido problemas con el alcohol de manera ininterrumpida desde los 18 años. Pero algo cambió en él, logró mantenerse sobrio y cultivar una vida sana. Admite que está limpio desde entonces, aunque, a diferencia de otras personas con problemas con el alcohol, no niega que pueda beberse alguna pinta muy de vez en cuando, sin miedo a recaer y sin sentir ansia por ello.

Paul se reconcilió con su madre, que falleció hace cinco años. Pese a la dureza de lo relatado, encontró respuestas y se terminaron llevando muy bien y siendo muy cercanos. “Era mi mejor amiga”, diría. También hizo las paces con Sir Alex Ferguson. En 2007, McGrath contó parte de su historia en su autobiografía, que ganó el premio a Mejor Libro del Año en la categoría de autobiografías. Ahora, Paul tiene 66 años, una edad que jamás soñó cumplir. “Uno mira la vida que he llevado y todo lo que he consumido y bueno… Nunca pensé llegar a los 60”. Ha estado ligado al mundo de fútbol como director general del Waterford United y, en 2015, ingresó en el Hall of Fame del fútbol inglés. Y disfruta de la quinta oportunidad que le ha dado la vida.

Periodista | Profesor | Deporte en general y fútbol en particular | 📚Escribí 'Atleti, historia de un despertar' | A veces hago hilos 🧵

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