Sé que no es muy común, pero me vais a permitir empezar la columna así: ¡estoy muy feliz!
Estoy muy feliz porque mañana empieza la Copa del Rey, el evento más especial del año en el baloncesto nacional y posiblemente europeo. No es el de mayor nivel, ahí se impone claramente la Final Four de la Euroliga (que este año perderá toda su esencia viajando a Abu Dhabi), pero la Copa reúne a ocho aficiones en una sola ciudad de nuestro país donde, durante 4 días, solo se respira baloncesto y buen ambiente.
La Copa es especial porque su formato la hace especial. Es el torneo del KO, el torneo donde las fuerzas se igualan, donde los grandes transatlánticos sienten que un pequeño velero les puede hacer encallar, y eso es realmente bonito. En una serie de playoffs parece imposible pensar que el equipo pequeño pueda ganarle tres partidos de una serie a cinco a un grande, pero ¿a un partido? A un partido todo puede pasar. La esencia de la Copa y la historia nos dicen que el favoritismo desaparece en cuanto el árbitro tira el balón al aire. En ese momento las fuerzas se igualan y el equipo a priori favorito empieza a ver que lo que tiene enfrente es un ejército sin nada que perder que tira hacia delante con la ilusión y la motivación de hacer algo histórico.
Por otro lado, lo que ocurre fuera del pabellón también hace de este evento algo único y especial. El hermanamiento de aficiones es algo de lo que sentirse realmente orgulloso como aficionado al baloncesto. Todos viajamos allí con la ilusión y con el objetivo de ver ganar a nuestro equipo, pero compartir ciudad y ambiente con otras seis o siete aficiones que se han desplazado como tú, compartir historias de baloncesto, compartir cañas mientras hablas del partido… eso no tiene precio. Y eso solo se ve en la Copa.
En los últimos 15 años, sólo Unicaja (2023) ha conseguido entrometerse en la fiesta de Real Madrid y FC Barcelona. Los dos gigantes de nuestro baloncesto dominan la competición, no solo en el histórico de títulos, si no en la historia reciente del torneo. Pero la sensación este año es que son dos equipos mucho más vulnerables a los que cualquiera puede dar un susto, algo que, a mi manera de verlo, es positivo para la Copa porque la carrera está completamente abierta. No es ninguna locura pensar que Valencia Basket y Unicaja salgan de Gran Canaria con el título bajo el brazo, como tampoco lo es pensar que cualquiera de los no favoritos (Tenerife, Manresa, Gran Canaria y Joventut) pueda dar más de una sorpresa y, quien sabe, si incluso ganar la Copa.
En cualquier caso, lo que está garantizado es que vamos a disfrutar de 4 días de puro baloncesto, del mejor baloncesto doméstico de Europa, de un gran ambiente y de un grandísimo evento. Un evento al que el autor de esta columna acudirá por primera vez, por lo que, como dije al empezar: estoy muy feliz.
¡Viva la Copa!