Girona se vestía de gala. El rival imponía pero concedía una ilusión incomparable. Lo dijo Míchel antes de enfrentar el encuentro: “Recibir al Liverpool es un sueño”. Quería a este rival; su hazaña merecía este premio. Aun a sabiendas de que la posibilidad de ganar a los Reds exigía la mejor versión de los suyos y rezar para que al conjunto de Arne Slot le doliera la cabeza. El equipo inglés es un rodillo y no ha cedido ni un solo punto en la competición continental.
No se equivocó demasiado el técnico en sus presagios y deseos, porque su equipo mantuvo el marcador a cero hasta el minuto 63 y su rival solo pudo batir la portería de Gazzaniga desde los once metros; cuando el VAR le concedió el lanzamiento a Mohammed Salah. La derrota pone al Girona en un contexto endemoniado, con la calculadora en la mano y Milan y Arsenal en sus próximas citas. Una ecuación compleja de resolver.
Sin embargo, Montilivi tira de justicia. Las gradas le cantaron a su entrenador, y le recordaron su cariño entonando “Míchel català”. Girona es su casa, su afición no dejó de demostrárselo. Lo tiene ganado, a pulso. El sueño europeo que están viviendo está firmado por su pizarra y liderazgo.
El presente curso está siendo diverso. La acumulación de bajas, un calendario más saturado que no le ha hecho ningún favor y le ha mirado un tuerto de cara al gol. Míchel ve el vaso medio lleno y vive en la realidad, sin andar por la cuerda floja de una engañosa magia que diluye las certezas. Se siente orgulloso de su equipo y es honesto cuando menciona que la Champions les ha puesto en su lugar. Algo que nos recuerda, un día más, la dificultad de lo logrado en la pasada temporada. Sorprendente, descabellado, casi utópico.
Nadie olvida en la ciudad de los cuatro ríos su orgullo gironí. Lejos de lo quimérico, el Girona sabe que para aprender a nadar primero hay que saber flotar. Cada partido europeo es un regalo, cada reconocimiento a Míchel es un acto de honradez. Girona, y el panorama balompédico español, tiene mucho que agradecerle al técnico de Vallecas. Ayer Montilivi volvió a hacerlo. La gratitud debería ser siempre innegociable.
