Álvaro García-Dotor Baglietto | Medir 1,75 en un deporte creado para gigantes, como es mi caso, es todo un reto.
Quedan pocos segundos en el reloj de posesión, necesito tirar o habré desperdiciado un ataque, necesito un tiro “in extremis”. Voy a ejecutarlo, parece que ya he rebasado a mi defensor, me dispongo a tirar y… ¡POM!, un pívot con más envergadura que mi propia altura, sin demasiado esfuerzo, me proporciona un soberbio y sonoro tapón. Siguiente jugada, ataca el equipo contrario, el típico escolta tirador sale de un bloqueo ciego, recibe el balón y con decisión se tira un triple forzado y mal tirado (con enfado de su entrenador). Yo, que intuyo que el tiro no va a entrar, cierro el rebote a mi atacante y salto para coger el rebote. Estoy solo, demasiado solo, y ya estoy rozando el balón con la yema de los dedos, parece que ya es mío. Pero no. Ese mismo pívot que en la jugada anterior me negó mi humilde tiro, sin saltar siquiera, me roba el rebote por detrás. Pienso, quizás debí dedicarme al tenis, seguro que separado por una red, ese pívot no me robaría la pelota.
Ese pívot desgarbado, con más bien escaso control motor de su cuerpo, domina el baloncesto. O mejor dicho, dominó.
¿Y por qué he cambiado del presente simple al pasado? No hace falta nada más que ver datos reveladores, en el All Star de 2003 el quinteto del Oeste estaba formado por dos bajitos y tres altos (pívots). En 2016, el quinteto del Oeste no tiene ningún pívot en el quinteto. Las finales de la NBA de 2015, a priori era una batalla entre el flamante MVP Stephen Curry y el “Rey” actual del baloncesto norteamericano LeBron James, pero se convirtió en la confirmación de que comenzaba una nueva era en el baloncesto moderno, el llamado “small ball”. Una nueva generación en la que esos locos bajitos, a base de técnica individual, sistemas defensivos basados en ayudas coordinadas y sobre todo el contraataque y el movimiento de balón vuelven locas las defensas rivales.
Curiosamente, la luz de la camada de los Shaq, Duncan, Garnett, y compañía se va apagando, lejos quedan los Bill Russell, Wilt Chamberlain, Dikembe Mutombo, etc. Ahora aparece Stephen Curry como estandarte de la nueva esperanza del baloncesto, junto con su compañero Klay Thompson, pero me gustaría realzar la figura clave en este nuevo sistema, el “4” abierto. Capaz de tirar desde todas posiciones, defender jugadores más altos, pero con mucha más movilidad para penetrar, jugar al contraataque y movimientos en el poste, y sobre todo, inteligencia a la hora de pasar y jugar. El hombre clave de los Warriors es el mejor ejemplo de esta descripción, Draymond Green.
Pero esta revolución no solo ocurre en la NBA, en Europa ocurrió algo parecido en 2015. El Real Madrid de Pablo Laso, que se fragua desde la entrada de éste (siempre alabado por su vistoso sistema de juego y criticado por su supuestamente poco eficiente efecto para ganar títulos), gana todos los títulos posibles de un equipo. Una especie de transición entre el “big ball” y el “small ball”, con un base creativo como es Sergio Rodríguez y sin pívots puros como Felipe Reyes (este merece un artículo para él solo), Gustavo Ayón y Andrés Nocioni. Ayudas defensivas, acierto en el tiro exterior y contraataque (los hombres altos capaces de llegar como trailers y corriendo el campo entero) como bandera.
Desde ya, ese sentimiento casi onírico de ganar sin centímetros es real, unos lo llaman involución, yo prefiero llamarlo revolución.