Ganar la Liga de Campeones produce una de las sensaciones más especiales para los futbolistas. Y no es para menos si tenemos en cuenta lo complicado que es adjudicarse el título; por poner un ejemplo, ningún equipo ha ganado la Liga de Campeones dos años consecutivos.
Para ello, para terminar campeón de la competición más importante a nivel de clubes en Europa, hay que tener muy en cuenta una serie de factores. Uno de ellos es el grado de competividad que tenga la Liga de la que provenga cada equipo. Como ejemplo, jugar en una liga sin emoción (en cuánto a saber quién va a ser el campeón) como el PSG, que es el caso en el que nos centraremos, tiene a la vez una serie de ventajas y de inconvenientes.
Por un lado, el entrenador puede rotar tanto como quiera y llegar así fresco a final de temporada. De esta manera además, todos pueden llegar a sentirse importantes en el equipo, lo que en eliminatorias decisivas de la UCL puede resultar decisivo. La confianza, aquí más que nunca, es esencial.
Al mismo tiempo, puede probar variantes durante los partidos sin ningún tipo de riesgo, puesto que la diferencia con el resto es abismal. De hecho, la temporada real no empieza hasta finales de febrero con los octavos de final de la UCL, por lo que incluso los preparadores físicos pueden trabajar con tiempo para preparar adecuadamente a los futbolistas.
Por último, el ser tan superiores y así demostrarlo tanto en el campo contra grandes equipos como en la clasificación hace que los jugadores se crezcan y confíen en sí mismos. Esto puede llegar a ser contraproducente, dado que si se relajan las consecuencias pueden ser terribles: eliminación de la UCL y adiós a la temporada.
No obstante, por otro lado, la menor competividad perjudica al equipo en la Liga de Campeones, dado que puede provocar que los futbolistas no afronten las eliminatorias con la intensidad requerida. En otras palabras, los jugadores se relajan y, como consecuencia, hay mayor riesgo de lesiones.
Por si esto fuera poco, hay más presión para ganar la Liga de Campeones, dado que ganar el resto de títulos es para el PSG casi una obligación.
También supone una complicación a la hora de atraer a jugadores de primera línea mundial: más allá de la ciudad y del proyecto, la Ligue 1 deja mucho que desear. Todo el mundo sabe ya en agosto que el PSG será el campeón si nada raro ocurre y que, si juega medianamente bien, también ganará el resto de títulos nacionales (Supercopa francesa, Copa de la Liga y Copa francesa). Además a las estrellas constantemente se les seduce desde otras ligas y es difícil de retenerles. Sin ellos y sin refuerzos, es complicado luchar por la orejona.
Finalmente, existe falta de motivación producida por la rutina anual: a los jugadores del PSG, por ejemplo, les cuesta competir bien contra equipos menores, cosa que entra dentro de la lógica teniendo en cuenta que Blanc cuenta con una plantilla repleta de estrellas donde la mayoría lo ha ganado todo, tanto en Francia como internacionalmente.
En conclusión, Blanc deberá gestionar estas ventajas e inconvenientes e intentar llegar lo mejor posible al tramo decisivo de la temporada. Recordemos que el PSG de Blanc, en cierta medida, está ante su última oportunidad de levantar la orejona antes de que la revolución llegue a París. La temporada que viene jugadores como Van der Wiel, Maxwell, Motta o Ibra difícilmente continuarán. Por tanto, no cabe duda de que lo intentarán sin cesar y si lo consiguen culminará exitosamente el proyecto de Nasser Al-Khelaifi.