Cuando Enrique de Borbón soltó la famosa frase, convertida en tópico, “París bien vale una misa”, aún faltaban 400 años para que en París aflorase un magnífico equipo de fútbol a comienzos de la década de los 90. El Barça se juega allí su futuro europeo y necesita una gesta deportiva del tamaño de la Torre Eiffel para lograrlo. Aunque el regreso de Laporta viene acompañado de un optimismo exacerbado en las huestes azulgranas.
Pese a ser una de las ciudades más importantes del mundo, París nunca tuvo facilidad para consolidar un gran equipo de fútbol de forma permanente. La llegada de Nasser Al-Khelaifi en 2011 le instaló definitivamente en la aristocracia futbolística europea. Pero no es la primera vez que el París Saint-Germain tiene un gran equipo y un destino emparejado al de los equipos españoles en Europa.
A comienzos de la década de los 90, aterrizó en la ciudad del amor un técnico portugués enamorado del buen fútbol, llamado Artur Jorge. Su misión era repetir en París la gesta conseguida unos años antes con el Porto. Artur Jorge conquistó la Copa de Europa en 1987 con aquel Porto de Rabah Madjer y un jovencísimo Paulo Futre, derrotando al todopoderoso Bayern Múnich en la final de Viena. 13 años después de la Revolución de los Claveles, Artur Jorge devolvía la Orejona al fútbol luso, algo que no lograba desde que el Benfica la conquistase por última vez en 1962.
El contexto del PSG noventero era muy distinto del actual. Fue una revelación y una grata sorpresa en una nueva Europa que no le esperaba. Lo hizo con menos glamour que el actual y unas camisetas precursoras del exagerado estampado publicitario de hoy día, pero con un encanto especial. Y una base de jugadores franceses que nos dio pistas sobre lo que sucedería, unos años después, con la selección gala en el Mundial del 98. Una mezcla de poderío y calidad que representaban los Bravo, Kombuaré, Le Guen, Guerin o el magnífico estilista, David Ginola. Una especie del mosquetero Aramis, elegancia futbolística pura.
En la época donde espiraba la norma de tres extranjeros por equipo, pre-Bosman, los del PSG eran especialmente buenos. Dos brasileños de un nivel colosal y ya con experiencia mundialista en el 90, con la Brasil europeizada de Lazaroni: el central Ricardo Gomes y el mediapunta Valdo. El tercero era un liberiano que asombró al mundo con una mezcla de calidad y potencia que aún recordamos, la pantera George Weah.
Se cruzaron dos veces en el camino del Real Madrid, una vez en cuartos de final de la Copa de la UEFA y al año siguiente en cuartos de final de la Recopa de Europa. París valió la misa y eliminaron consecutivamente al Madrid en las dos ocasiones en 1993 y 1994.
Un año después, y ya con el machote Luis Fernández en el banquillo, el bombo le enfrentó al Barça de Cruyff en la rebautizada Champions.
Ronald Koeman apuraba sus días como jugador azulgrana, vestido de verde en aquella ocasión. Un disparo envenenado del centrocampista galo Vincent Guerin, en la vuelta de cuartos de final disputada en el Parque de los Príncipes, batió a Busquets padre y envió al Barça a la lona. Eso aceleró la marcha de algunos miembros de un Dream Team que venía de hacer historia, con el propio Ronald a la cabeza.
Tintín vuelve a París 26 años después con una misión más complicada que entonces, Pochettino intentará no ser el Profesor Tornasol y así evitar un descalabro tras su exhibición previa en el Camp Nou.
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